Cuando Arthur Erickson nació en Vancouver en 1924, la ciudad acababa de cumplir 38 años. Inmerso en un entorno natural con densos bosques de abetos casi milenarios, cedros de treinta metros de alto y una rica floresta, rodeado de ríos y el océano Pacífico del noroeste, se desarrolló en él la creencia en «la profunda comunión entre el edificio y el lugar», citada en el artículo ‘The Design of a House’ de la revista Canadian Art (1960).
A la vuelta de su servicio militar en India, Ceilán y Malasia, Erickson se lanzó a la arquitectura, inspirado por las imágenes de Taliesin West, de Frank Lloyd Wright. Tras graduarse en la Universidad McGill, rechazó una tentadora oferta de trabajo en el despacho de Wright y optó por una beca itinerante de tres años de duración para conocer en vivo la arquitectura mundial, estudiando los contextos culturales de Próximo Oriente, Escandinavia, Europa y Japón, manteniendo el convencimiento de que no hay un modo más conmovedor de entender la arquitectura que como «el acto de disponer un edificio en su entorno» (en ‘The Weight of Heaven’, The Canadian Architect, 1964).
Las obras canónicas de Erickson de los años sesenta y setenta entrelazan el paisaje y la edificación, los espacios y la luz que envuelven el entorno humano. Las vigas de madera maciza de sus primeras casas, que trepan por laderas densamente arboladas, pertenecen simbólicamente al terreno. Cerca de Vancouver, la Universidad Simon Fraser, diseñada en 1963, ocupa la cumbre de Burnaby Mountain, con los departamentos dispuestos en un cuadrado alrededor de una amplia pradera y los espacios residenciales y de encuentro descendiendo escalonadamente en paralelo a los lados. Arthur Erickson y Geoffrey Massey proyectaron una nueva idea de universidad, logrando una traducción arquitectónica directa de la idea de ampliación de los campos de conocimiento fuera de los límites tradicionales, favoreciendo la fertilización cruzada mediante la proximidad física y los espacios compartidos. La Universidad de Lethbridge, Alberta (1968-1971), también con Massey, es aún más radical, con los espacios académicos y de alojamiento contenidos en una potente estructura, un puente sobre un barranco en un paisaje sin otros accidentes geográficos.
De acuerdo con la afirmación de McLuhan de que el hombre moderno estaba retornando a la tribu, Erickson creía que ese movimiento conduciría a la construcción de entornos totales. En la conferencia ‘Habitation: Space, Dilemma and Design’, leída en 1965 en el Canadian Housing Design Council, Erickson afirmó que los edificios individuales eran cosa del pasado: «Ahora estamos trabajando en complejos edificados, donde los edificios son importantes sólo como contribuciones a la experiencia total de moverse dentro de un amplio conjunto. Es un paso adelante y un retorno a la construcción total de la ciudad medieval: las calles de Orvieto, las fachadas de Florencia o las plazas de Venecia». Erickson abandonó la visión mecanicista decimonónica que separaba las funciones a favor del holismo del mundo medieval y antiguo.
En el conjunto de Robson Square, un gran jardín público a base de volúmenes aterrazados que ocupa tres manzanas en el corazón de Vancouver, diseñado en 1973, las oficinas de la administración se entrelazan con bandas escalonadas cubiertas de vegetación, un estanque alargado en la cubierta de uno de los edificios y cascadas, en una topografía diseñada junto a la eminente paisajista Cornelia Hahn Oberlander. Bajo un inmenso techo de cristal, el Tribunal Provincial de Robson Square innovó profundamente el diseño de los edificios judiciales e introdujo una visión optimista de la justicia, opuesta a la sombría connotación tradicional de culpa. Una gran nave bajo la cubierta acoge actividades sociales y culturales, en una solución repetida en la ampliación de la Art Gallery de Vancouver. Edificio visionario en la década de los setenta, Robson Square materializa conceptos de sostenibilidad y humanismo aplicados a la ordenación urbana y la administración pública que pueden señalar el camino a seguir por las ciudades en la actualidad.
Otra obra de Erickson, canónica y al tiempo rompedora, es su Museo de Antropología (1971-1976) en la Universidad de la Columbia Británica, enmarcado en una potente estructura porticada y con piel de vidrio, que parece inspirada por la arquitectura kwaikiutl de los pueblos amerindios canadienses. En él, los totémicos postes se alzan frente al paisaje natural y al construido por Oberlander. Erickson además alteró la tipología museística permitiendo el acceso del público a los almacenes, favoreciendo el aprendizaje autónomo. Muy cerca se encuentra su propia casa y su jardín, un encantador lugar asilvestrado, con montículos y estanques que funden sus límites, creando la ilusión de un espacio infinito en dos fincas de una periferia convencional.
Erickson creía en la coherencia de la tradición y la fuerza de los hábitos sobre cualquier cultura, por innovadora o ingeniosa que sea; de ahí que sus edificios y proyectos urbanos en otras partes del mundo sean muy diferentes de los que construyó en la Columbia Británica. En relación con los grandes proyectos de planificación urbana y campus universitarios que trazó en los años ochenta en Próximo Oriente, en una entrevista con Stanley Collyer publicada en Competitions (1997), se refirió al largo tiempo que requiere conocer otras culturas «más allá de unas nociones superficiales», y cuestionó la capacidad de los arquitectos de construir con eficacia en contextos culturales que no comprendan profundamente.
Erickson se sitúa entre los grandes arquitectos de la segunda mitad del siglo XX —junto a James Stirling y Aldo Rossi— cuyas originales ordenaciones urbanas y brillantes tipos edificatorios no han sido todavía superados por estar social y ambientalmente muy adelantados a su tiempo. Sin embargo, la evolución dinámica de su obra está a la espera de ser evaluada y el alcance de su legado, al igual que el de otras figuras aún no suficientemente reconocidas, como Jørn Utzon, Sverre Fehn o Luis Barragán, sigue estando por descubrir.