No tuvo la proyección de Niemeyer, ni suscitó el respeto intelectual de Costa; careció de los discípulos de Artigas, y no se le reconoció en el exterior como a Mendes da Rocha o Bo Bardi. Pero João Filgueiras Lima, llamado Lelé, no fue menos admirado que los anteriores por sus compañeros brasileños, que vieron en él un referente moral por el coraje con el que se enfrentó a los problemas sociales del país utilizando como herramientas la investigación formal y la industrialización. En buena medida, este destino se forjó durante su etapa como arquitecto a pie de obra en los edificios de Niemeyer para Brasilia, y sobre todo en sus proyectos de transformación de las favelas, donde desarrolló piezas ligeras y baratas de cemento armado cuyas patentes fueron el origen de las fábricas públicas que fundó y dirigió durante años. En sus obras mayores, los hospitales de la Rede Sarah, el énfasis en la industrialización se alió con una plástica original y poderosa, y con el uso de sistemas bioclimáticos pasivos. Sus años finales fueron tristes: acusado injustamente de cobrar honorarios excesivos por un proyecto, Lelé, aquejado de cáncer, gastó sus últimos días en interminables e infructuosas reuniones con abogados.