Con la muerte de Richard Ingersoll esta revista muere también un poco. AV publicó su primer artículo en 1987, y el último —reseñando Las grandes esperanzas— apareció en el número anterior a este de Arquitectura Viva. Entremedias hay un tercio de siglo de admiración y amistad, cristalizado en casi un centenar de textos que resumen sus intereses contemporáneos o históricos, centrados a menudo en la Italia donde eligió pasar su vida adulta, pero también en el amplio registro que se extiende desde la teoría de la arquitectura hasta las inquietudes sociales o ecológicas. Su versatilidad y buen talante lo hacían imprescindible en cualquier aventura que pusiéramos en marcha, los congresos de Pamplona, el Spain Builds para la exposición del MoMA o los volúmenes del Atlas; podía entrevistar con empatía a Renzo Piano, con curiosidad a Jacques Herzog y con firmeza a Rem Koolhaas; con su prosa inteligente y exacta seleccionaba el canon bibliográfico de la disciplina, cubría las bienales venecianas de arte y arquitectura o viajaba con los arquitectos para introducir las monografías de RCR, Nieto Sobejano, Paredes Pedrosa, Batlle i Roig o b720 Fermín Vázquez; sin embargo, su excelencia crítica y literaria palidece frente a la elegancia espiritual de su presencia en el mundo, refinada, cálida y austera con el despojamiento de un aristócrata franciscano.
Nacido en una familia ilustre de San Francisco, el joven Richard dejó la universidad y el país en la época de la guerra de Vietnam para llevar en Italia una vida bohemia de cantante callejero, ayudado por su buena planta y la belleza de la voz que recogía melodías napolitanas, pero acabaría regresando a California para doctorarse en Berkeley bajo la dirección de Spiro Kostof, su más perdurable influencia intelectual. Alma editorial de la Design Book Review, fundada en la misma universidad en 1983, y que se publicaría hasta 2002, Ingersoll se incorporó al profesorado de la Universidad de Rice para dejar pronto a sus amigos de Houston e instalarse definitivamente en Florencia bajo los auspicios de la neoyorquina Universidad de Siracusa. Su casa en Montevarchi sería desde entonces la referencia fija de su existencia viajera, y fue en ese refugio toscano donde abordó su obra más ambiciosa, la monumental World Architecture: A Cross-Cultural History, que ampliaba y reescribía enteramente el capolavoro de su maestro Kostof, A History of Architecture: Settings and Rituals.
El vínculo académico con Italia se hizo en su última etapa compatible con la afición a España, que le llevó a pasar largas temporadas en la casa que rehabilitó en Huebro, una minúscula localidad próxima a Níjar donde falleció el 27 de febrero. Tras la muerte de su compañera Paola el 13 de octubre, Richard dejó Montevarchi para instalarse en Almería con su amigo Patrick, pero una desafortunada fractura de fémur provocó una secuencia de calamidades físicas que culminaron con un aislamiento hospitalario de tres semanas tras contraer covid. Hablamos varias veces durante esta etapa; estaba especialmente satisfecho por el éxito editorial de su World Architecture, y sólo temía no poder volver a caminar. Dos días antes de su muerte envió una foto suya en la terraza de la casa de Huebro, con muy buen aspecto y el lacónico mensaje «me siento mejor», así que la noticia de su desaparición ha sido tan trágica como inesperada. Y por desgracia no cabe el consuelo de la pervivencia de sus textos, porque la obra donde mejor vertió su elegancia espiritual no fue otra que su vida.