Sabíamos que Frank Lloyd Wright se había escapado a Europa en 1910 con la esposa de un cliente; sabíamos que Mies van der Rohe había huido de Alemania sin preocuparse por su mujer y sus hijas; pero ¿y Le Corbusier? Todas sus monografías mencionan de pasada a su mujer, Yvonne, y todas coinciden en lo poco que influyó en la vida y la obra de su marido. Ahora Jencks nos cuenta algo más sobre el maestro en su faceta de ‘conquistador’ (sin demasiado éxito, todo hay que decirlo).
En realidad, este libro es una segunda versión, actualizada y bastante ampliada, de Le Corbusier and the Tragic View of Architecture, publicado en 1973 (es decir, cuatro años antes que The Language of Post-Modern Architecture). Y esto es importante, porque la principal diferencia entre ambos libros radica en la interpretación que Jencks hace de Le Corbusier como un ‘precursor’ de las ideas y las formas posmodernas.
Esta lectura se hace ya en la descripción de la opera prima del joven Jeanneret, la villa Fallet (construida cuando tenía sólo 19 años); y continúa luego con el libro Après le Cubisme, con el cambio radical evidente a partir de 1928, con Ronchamp e incluso con el pabellón Philips.
Las novedades sobre LC y las mujeres son mucho más sabrosas. Jencks cuenta cómo se vio forzado a casarse con Yvonne, tras vivir juntos varios años, debido a las presiones de su familia protestante. Pero a Yvonne, que había sido modelo, no le interesaba el mundo de la arquitectura y su marido «le era fiel en casa, pero no veía nada malo en tener alguna aventura cuando estaba de viaje». No está claro si llegó a tenerla en 1929 con la cabaretera Josephine Baker, durante su travesía hacia Suramérica a bordo del transatlántico Giulio Cesare.
Las mismas dudas existen sobre sus íntimas relaciones con Margarete Tjader-Harris, una amiga de su madre (!) que en los años treinta le ayudó en su viaje a Nueva York y en el libro que surgió de aquella experiencia: Cuando las catedrales eran blancas.
El último personaje femenino es Minette de Silva, una joven de Ceilán que estudiaba en la Architectural Association de Londres. Le Corbusier la conoció en el CIAM de Bridgewater (1947) y debió de apreciarla mucho, porque se esforzaba en hablar con ella en inglés. Según Jencks, «varios de sus amigos han dicho que no tuvo una relación sexual con LC, y otros tantos suponen que sí la tuvo». Así que tampoco sabemos si fue un amor platónico (Corbu tenía por entonces más de 60 años) o tuvo algo de aristotélico.
El libro incluye también una descripción pormenorizada y de primera mano de Chandigarh, a donde Jencks fue invitado en 1999 con motivo del 50º aniversario de su fundación.
Y como colofón final, Le Corbusier aparece incluido (por Jencks) en el olimpo de los grandes genios del siglo XX junto a Einstein, T.S. Eliot, Freud, Gandhi, Martha Graham, Picasso y Stravinsky, unos personajes que, en opinión del psicólogo Howard Gardner, muestran un patrón común en su comportamiento.
Con todo, lo más original de este libro es la visión de Le Corbusier como un don Quijote (con su primo Pierre Jeanneret haciendo de Sancho Panza). Le Corbusier, dice Jencks, «ha de arremeter contra los ideales de la sociedad, pero también ha de estar preparado para los golpes y para admitir que se trata tan sólo de molinos de viento. Este dualismo es lo que muestran muchos dibujos y pinturas: LC como un genio y como un asno, Apolo y Dioniso, el geómetra y el burro de carga». Realmente, las interpretaciones de Le Corbusier no parecen tener límite.