‘Cortadle las alas’. Así se titulaba un artículo aparecido en 1931 en la revista juvenil Smena (‘nueva generación’), donde se afirmaba que los seguidores de la denominada leonídovshchina (‘leonidovismo’), simplemente «estaban en las nubes»; y que los jóvenes quedaban «frustrados y destruidos», y muchos de ellos se precipitaban «en el abismo, volando ‘sobre las alas de la fantasía’». Y acababa propugnando: «Declaremos la guerra a toda esa abstracta ‘fantasía creativa’. ¡Cortémosle las alas!»
Alumno aventajado de Alexandr Vesnin en los VJUTEMAS y autor de algunos proyectos verdaderamente revolucionarios, Iván Ilich Leonídov se convirtió en blanco de los ataques de los partidarios de una ‘arquitectura proletaria’, que ya en 1930, en un acalorado debate, «habían dado vida a un auténtico pogromo contra el Constructivismo ‘de izquierdas’. Vesnin tenía lágrimas en los ojos. Leonídov, por primera vez en su vida, se emborrachó por la desesperación.»
Leonídov sobrevivió a estos ataques y en 1931 se autoexilió para dirigir la construcción de Igarka, una nueva ciudad que el régimen soviético pretendía convertir en la ‘capital industrial de la Siberia polar’.
Todo esto y mucho más nos cuenta este libro, publicado con motivo del 50º aniversario de la muerte de Leonídov. Lo inicia Jan-Magomedov con un artículo que resume la trayectoria del arquitecto y resalta el hecho de que, sin haber construido prácticamente nada, siempre se le haya considerado uno de los grandes creadores del siglo XX. Este historiador cuenta también que Leonídov era un comunista convencido que plasmó sus revolucionarias ideas sociales en los programas funcionales de sus proyectos: «asentamientos socialistas, casas comuna, clubes obreros, palacios de la cultura y espacios destinados al entretenimiento y la educación.»
El canto del cisne de Leonídov fue su proyecto para la Comisaría del Pueblo para la Industria Pesada, presentado tras ser rehabilitado en un artículo de la revista Arjitektura SSSR (‘arquitectura de la URSS’) como uno de los cuatro jóvenes ‘maestros’ soviéticos. Este proyecto lo analiza con detalle Alessandro De Magistris, que ve en él aspectos extraordinarios y trascendentales que, en realidad, no tuvieron influencia alguna en la arquitectura rusa.
Irina Korobyina aporta un elogioso análisis de la influencia de Leonídov en la arquitectura posterior, especialmente a partir de su redescubrimiento hacia 1980 por obra de Rem Koolhaas. Éste llegó a afirmar en 2002 que «si la arquitectura mundial del siglo XX quedase destruida, se podría lograr que volviese a la vida gracias al código genético de la arquitectura de Leonídov».
Pero seguramente la contribución más original del libro sea la entrevista con Kirill Afanasyev, coetáneo de Leonídov. Afanasyev se alegra de que su genial compañero no construyese nada, porque «sólo así tuvo el tiempo y la posibilidad de desarrollar su creatividad »; y aporta curiosas revelaciones sobre Leonídov: que era bastante taciturno; que siempre vestía mono, pero no de tela basta, sino confeccionado por los mejores sastres; que nunca hacía caso de los programas funcionales de los concursos, por lo que resultaba insufrible; y que odiaba el teatro y no apreciaba otras artes tradicionales como la danza o la pintura, por lo que en sus clubes obreros sólo había talleres de gimnasia y fotografía.
El libro se completa con una generosa documentación de los proyectos más famosos del arquitecto: desde el Instituto de Biblioteconomía Lenin hasta la Comisaría del Pueblo para la Industria Pesada, pasando por el ‘Club de un nuevo tipo social’, el plan urbanístico para Magnitogorsk y el Palacio de la Cultura del barrio Proletarsky. En resumen, se trata de un panegírico, algo exagerado, de Leonídov y su obra; una obra que tal vez habría tenido otra valoración si se hubiese construido, pero que, para bien o para mal, nunca salió del papel.