El campus universitario La Salle ocupa una manzana irregular de un tejido de baja densidad al noroeste de Barcelona, en el barrio de la Bonanova. La situación elevada de esta zona periférica permite obtener unas vistas extraordinarias sobre la ciudad, el mar y la montaña de Montjuïc. La residencia de estudiantes completa la oferta del campus universitario, y se localiza entre las demás dotaciones preexistentes del recinto.

El edificio se caracteriza por tener una volumetría compacta y precisa, que ocupa exactamente dos tercios de un cubo, y cuya geometría viene definida por un plan parcial previo que especificaba unas medidas de 32 x 32 metros en planta y 24 de altura, con un vaciado interior de 24 x 8 metros para un patio. Este volumen se conecta en las plantas inferiores con el edificio administrativo colindante y con la torre de comunicaciones adosada al mismo. Las habitaciones se disponen en una U alrededor del patio, dejando la fachada sureste libre para disponer una galería con zonas comunes abierta hacia el paisaje de la ciudad. Este frente de galería contiene dos salas de estudio en cada extremo, zonas de estar para fomentar el diálogo y la relación entre los estudiantes, y un núcleo de comunicaciones central con ascensores y escaleras de emergencia. 

El suave clima de Barcelona permite abrir estos espacios al exterior mediante una chapa metálica plegada y microperforada, sin emplear vidrio, y cuya transparencia varía a lo largo del día en función de la luminosidad exterior. La residencia contiene 228 habitaciones individuales y 12 habitaciones dobles, cada una con una superficie de 17 metros cuadrados y dotadas de cocina y baño. En la planta baja se encuentran los servicios de restauración y cocinas, así como una sala de estar general, un gimnasio y una lavandería.

El edificio se realizó en tan sólo siete meses gracias al empleo de sistemas industrializados que permitieron una rápida ejecución, incluyendo desde los elementos estructurales hasta los baños —realizados en fábrica con todos los acabados, y colocados en la obra en el momento de disponer los forjados—. Además de las ventajas de calidad y tiempo, el empleo de estos sistemas comporta un menor gasto energético durante la construcción, reduciendo considerablemente los residuos de obra, así como el consumo de agua y las emisiones derivadas. El edificio también es eficiente en términos de consumo, ya que las fachadas ofrecen un alto índice de aislamiento térmico y acústico y la producción de agua caliente sanitaria se realiza mediante sistemas de energías renovables.