Tras haber sido elegida como sede de las Olimpiadas de Ajedrez de 2010, la remota pero pujante ciudad siberiana de Jánty Mansisk se dotó de varios edificios singulares con el objetivo de reforzar su visibilidad internacional. Entre ellos el más singular fue el que albergó las épicas partidas que finalmente dieron la victoria a Ucrania sobre Rusia, y que consiste en un volumen alabeado y rasgado por profundas hendiduras, cuya expresiva envolvente oculta un interior más racional.

Este interior lo forma un paralelepípedo de planta ligeramente irregular que sigue una disposición tan convencional como pragmática: una serie de crujías estrechas que contienen las salas pequeñas de juego y las gradas se disponen en torno a un vacío central que se utiliza durante las partidas de ajedrez más importantes.

Además de favorecer la creación de una atmósfera adecuada para el juego (toda la iluminación se produce a través de lucernarios), este esquema centralizado resulta flexible, pues las gradas y salas de competición se pueden utilizar para todo tipo eventos públicos que necesiten celebrarse —si el las condiciones exteriores así lo requieren— bajo techo.

La sinuosa piel que recubre el paralelepípedo interior dota al edificio de una imagen singular, además de crear unas profundas galerías perimetrales que hacen las veces de colchones términos. Esta piel está resuelta con placas de zinc romboidales, lacadas y solapadas, cuyo sistema de fijación admite las holguras requeridas por las grandes dilataciones que pueden sufrir las piezas de fachada en un clima tan extremo como el de Siberia.