Este rotundo volumen de tres plantas se emplaza en el límite noroeste de una gran plaza en Yinzhou, un distrito a las afueras de la floreciente ciudad de Ningbo, al sur de China. La construcción, que se inspira en las montañas vecinas para el diseño de su perfil quebrado y la organización de los 30.000 metros cuadrados de espacios interiores, se alza sobre lo que una vez fueron campos de cultivo, reemplazados hoy por zonas urbanizadas. 

El nuevo museo arqueológico es un cuerpo solido de cerámica y hormigón rodeado por una lámina de agua con cantos rodados y horadado por una generosa rampa de madera que permite atravesarlo sin necesidad de acceder a su interior. Este espacio público al aire libre, con zonas de estancia para quienes quieran recorrerlo, adquiere un carácter dramático debido a la ligera inclinación respecto a la vertical de los muros de fachada, de hasta 24 metros de altura, que ofrecen perspectivas sorprendentes para el visitante. El centro del complejo, por el contrario, está ocupado por un sereno patio rectangular recubierto con perfiles de vidrio de tonos verdosos, cuya piel satinada y reflectante contrasta poderosamente con la textura irregular de los impenetrables cerramientos exteriores. 

La superficie de estas fachadas es, de hecho, uno de los elementos más característicos del proyecto. El deseo de establecer una coherencia entre el exterior y el interior, entre el continente y el contenido, impulsó al equipo de arquitectos a transcribir el propósito del museo —albergar la memoria de la región— en la propia expresión del cerramiento, que presenta un patrón errático a base de piezas recuperadas de construcciones cercanas. Se trata del aparejo conocido como wapan; un modo tradicional de construcción que, en este caso, aprovecha los restos de las demoliciones provocadas por el paso de un reciente tifón para conformar un muro heterogéneo, capaz de incorporar más de veinte clases de ladrillos y tejas en tonos rojos y grises. 

Junto a estos fragmentos coexisten paños de hormigón armado encofrados sobre superficies irregulares de bambú. La imperfección y aleatoriedad de las fachadas, para cuya ejecución fueron necesarias un gran número de maquetas a escala real a cargo de artesanos y operarios, así como la supervisión constante de los responsables de proyecto, se debe sobre todo al hecho de que los trabajadores no podían controlar las partidas de materiales llegados a la obra. Igualmente, la posición deliberadamente azarosa de las pequeñas ventanas rectangulares, que no permiten intuir nada sobre el interior del edificio, contribuyen a la irregularidad del conjunto.