En los últimos años, el ‘turismo de desierto’ se ha puesto de moda en China. Las autoridades lo han considerado una buena oportunidad para el desarrollo de zonas hasta hace poco deprimidas, como la región autónoma de Mongolia Interior, cuyos extensos desiertos, antes casi deshabitados, ofrecen ahora cotizadas atracciones, como las carreras de camellos o el desert surfing. En uno de esos océanos de arena, el de Xiangshawan —no lejos de Ordos—, se levanta este hotel, un edificio cuya planta de geometría rigurosa contrasta con la inmensidad de las dunas que lo rodean hasta donde alcanza la vista. Formado por la repetición de un módulo triangular en una sucesión de anillos que, a vista de pájaro, recuerda la silueta de una flor de loto, el edificio se inspira, en realidad, en las yurtas de los antiguos mongoles —casas andariegas y ‘prefabricadas’ capaces de surcar los desiertos— pues, como estas, los módulos apenas tocan el suelo, gracias al singular sistema de cimentación, ideado ad hoc, que hace posible apoyar las habitaciones sin necesidad de hormigón o agua. Completamente prefabricados, estos módulos se forman con una estructura metálica muy ligera, se revisten con paneles ventilados, se cubren con una membrana textil de blanco inmaculado y se acondicionan con sistemas que garantizan la autosuficiencia energética, como aljibes y paneles fotovoltaicos y termosolares.