Hipódromo de la Zarzuela

Eduardo Torroja  Junquera arquitectos 


El Recinto de Carreras del Hipódromo de la Zarzuela de Madrid es una de las más excepcionales obras de la arquitectura española del primer tercio del siglo XX, y la estructura de las tribunas, con sus marquesinas, uno de las grandes realizaciones de siglo a nivel mundial (prueba de ello es su declaración en 2009 como Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento). La historia del edificio ha sido azarosa y este hecho, sin duda, ha influido en la estrategia acometida para su rehabilitación. En 1934 Arniches, Domínguez y Torroja ganan el concurso para el nuevo hipódromo pero, dos años más tarde, con el estallido de la Guerra Civil, las obras se interrumpen, aunque por entonces la estructura de hormigón se encuentra prácticamente terminada. Con el final de la guerra en 1939, al ser los arquitectos depurados y partir al exilio, desaparece toda la documentación del proyecto (excepto la de las estructuras). Aun así, el edificio se inaugura en 1941 con unas instalaciones mínimas, que continúan mejorándose hasta su cierre en 1997, unos años antes de que se convoque el concurso para su restauración.

Habida cuenta de la falta de documentación, ‘descubrir’ el proyecto original se convirtió en la primera tarea para rehabilitar el edificio, y esta labor de exégesis condujo a las directrices fundamentales de la intervención: eliminar los añadidos que desvirtuaban los edificios históricos; restaurar adecuadamente las tribunas, emblema de todo el conjunto; adaptar la topografía e implantar la segregación de las circulaciones de caballo y público según el proyecto de 1934, y prever posibles ampliaciones, de tipo soterrado para que no afectasen a la visión de los edificios históricos y del bello paisaje circundante.

Entre las intervenciones de rehabilitación, las más singulares por su complejidad técnica y por afectar a los edificios más señeros, fueron las de reparación de la estructura de las tribunas, calculada originalmente por Eduardo Torroja. Este trabajo comenzó con las marquesinas. Para ello, al inicio de las obras se procedió a colocar una cimbra para acceder a la superficie inferior de las cubiertas, limpiándola para reconocer su estado. Al analizar la cara inferior, se observó que la fisuración era más abundante que la que se había podido observar sin retirar la pintura. También se apreció una mayor abundancia de zonas desprendidas por el hinchamiento del acero debido a la corrosión de las armaduras, o a la carbonatación en lugares que habían estado sometidos a humedades intensas...