El proyecto es resultado de un concurso celebrado en el año 2016 para la transformación de un edificio de la Fundación Save The Children —situado en el vallecano barrio de San Diego— en un nuevo centro de atención a la infancia. La propuesta se articula a partir de la adición de un volumen superior que se extiende sobre la construcción existente, con el que se consigue ampliar la superficie disponible, así como redefinir el núcleo de comunicaciones y la envolvente.

La edificación original, levantada durante la década de 1950, debía adaptarse a las normativas vigentes con el objetivo de garantizar las prestaciones técnicas y funcionales de sus estancias principales. Así, se demolió parcialmente la crujía posterior para integrar un nuevo núcleo y se amplió la última planta, maximizando la edificabilidad permitida con un espacio a doble altura que se dispone entre dos terrazas para favorecer la ventilación cruzada. Por otro lado, se reconfiguró la fachada a la plaza de Puerto Rubio a través de un sistema de aleros, toldos y jardineras, que descuelgan desde la última planta y dotan al conjunto de una imagen renovada y emblemática.

El proyecto opera con una serie de estrategias destinadas a facilitar la interacción y la creación de relaciones afectivas entre los usuarios, de modo que puedan hacer suyos los espacios y desarrollar un sentimiento colectivo de apego. En este sentido, las salas incorporan mecanismos flexibles (como los paneles móviles de las aulas o las estanterías portátiles de la biblioteca) que fomentan el diálogo, ya que requieren una organización colaborativa para acordar en cada caso las distribuciones espaciales y tiempos de uso. Asimismo, tanto los materiales y acabados como las gamas cromáticas de los interiores se seleccionan con el fin de generar una atmósfera atractiva y estimulante. Los posibles deseos de los niños desempeñaron un papel vital en el proceso de diseño, y durante el concurso, un grupo de distintas edades elaboró una lista de peticiones y anhelos: algunas pudieron traducirse en características arquitectónicas, como en el caso del lucernario de la sala de proyecciones, desde donde «ver las estrellas».

La intervención plantea un sistema de medidas bioclimáticas —pasivas y activas, como las plantas de las terrazas o la calefacción mediante suelo radiante— para garantizar el confort y reducir los gastos de mantenimiento, y gracias al cual el inmueble obtuvo la máxima calificación en su certificación energética. Puesto en marcha el centro, se propusieron protocolos de actuación adicionales que permitirán introducir elementos complementarios y ajustar las prestaciones según las necesidades y demandas futuras.