Este edificio para las oficinas de los Juzgados de Venecia es una suerte de injerto en la compleja trama urbana de su entorno. Linda, por un lado, con el rotundo volumen de una fábrica del siglo XIX, y, por el otro, con la Piazzale Roma, que es la única plaza de acceso por coche a Venecia, y está conectada a un nuevo y polémico hito de la arquitectura veneciana: el Puente de la Constitución de Santiago Calatrava.

El conjunto se organiza con un tipo híbrido: alberga archivos y oficinas y, a la vez, hace las veces de infraestructura urbana que, organizando el sistema de espacios públicos de esta zona de la ciudad, da la bienvenida al viandante al liberar el plano del suelo para dar continuidad al Piazzale. Un voladizo de cinco metros permite este gesto urbano y señala al mismo tiempo la entrada al edificio. La sombra por él generada atrae hacia dos circuitos complementarios: uno horizontal, prolongación del sistema viario de la ciudad, y otro vertical, que lleva a las plantas superiores, a las que se accede mediante una batería de ascensores y una plástica escalera lineal.

El juego entre la materia y la luz es el argumento estético del edificio. Escuetos huecos de iluminación, de distintos tamaños, se recortan sobre una envolvente construida con paneles de cobre prepatinado, un material que resuena con el empleado en las cubiertas de muchos edificios institucionales de Venecia.