Los contenedores tienen características que resultan muy adecuadas para su uso arquitectónico: son prefabricados, se producen en grandes cantidades, son baratos y se pueden transportar; están disponibles en todo el mundo dado que son compatibles con casi todos los sistemas de transporte y resultan resistentes, duraderos y reponibles, además de ser modulares, reciclables y reutilizables. En este sentido, los contenedores —esos grandes ‘viajeros’— representan los aspectos más positivos de la globalización. Sin duda, estas cualidades se tuvieron en cuenta cuando el equipo de arquitectos que estaba al cargo del proyecto de un hospital en Jartum se dio cuenta de que los centenares de contenedores que habían sido enviados para la construcción del edificio, y que yacían abandonados en las inmediaciones del hospital y en el cercano aeropuerto, podían reutilizarse para construir el complejo necesario para albergar al personal médico voluntario que, proveniente de todo el mundo, trabajaría en la nueva dotación.

El complejo de contenedores-casas, emplazado a unos pocos centenares de metros del hospital de Emergency, sobre un espléndido parque de mangos situado cerca del Nilo, está compuesto por 95 contenedores de veinte pies (seis metros), destinados a las casas, y siete contenedores de cuarenta pies (doce metros) que albergan la cafetería y otros servicios. Cada apartamento —que disfruta de una atmósfera interior acogedora— tiene una superficie de veinte metros cuadrados y está formado por un contenedor de veinte pies y la mitad de otro, que acoge un aseo y una pequeña terraza que se abre al jardín de mangos.

Cada contenedor se concibe como un sistema de capas de cebolla. Las paredes interiores se revistieron con paneles aislantes de cincuenta milímetros de espesor. La piel externa se dotó de una pérgola de lamas metálicas separada del techo del contenedor para favorecer la ventilación, y de una celosía de bambú que protege las paredes metálicas de la radiación solar, evitando así su recalentamiento.