Sobre una parcela de apenas dos hectáreas situada en Ruanda —el país con mayor densidad de población de África, y uno de los más violentos del continente—, se emplaza esta pequeña pero ambiciosa utopía femenina. Se trata de un proyecto que busca rescatar a las mujeres de la trampa de un día a día de sometimiento y precariedad a través de un centro de formación que atiende a una comunidad de 300 personas. El centro se asienta sobre una topografía de bancales cultivados donde las mujeres aprenden técnicas agrícolas, y está formado por pequeños pabellones de planta circular que se arraciman al modo de las aldeas típicas ruandesas. Inspirados en los modos constructivos vernáculos —en la que se prima la ventilación cruzada y la protección solar con el fin de combatir el clima ecuatorial—, los pabellones son el resultado de combinar generosas cubiertas metálicas con celosías de ladrillos artesanales, 45.000 piezas que han sido manufacturadas con materiales locales por las propias mujeres de la comunidad.