El pequeño municipio de Grândola se encuentra unos 120 kilómetros al sur de Lisboa, junto al litoral, en el Alentejo, una extensa región de carácter esencialmente rural y muy poco poblada, entre el río Tajo y el Algarve, y entre España y el océano Atlántico, que ocupa alrededor de un tercio de la superficie de Portugal. En este vasto territorio, la casa surge, como si fuera una caja de resonancia de todo el paisaje, de la imagen de un depósito de agua adosado a un muro. Al otro lado del muro se disponen los usos públicos y dos zaguanes, estancias abiertas y protegidas que funcionan como espacios de transición entre el interior y el exterior. Las estancias privadas están organizadas alrededor de un pequeño patio interior.

La composición geométrica de la casa, formada por piezas de diferentes alturas, busca adaptarse a la topografía del terreno, y al mismo tiempo, el retranqueo de los volúmenes en el lado norte permite optimizar la luz natural y las vistas sobre el entorno.

Un revestimiento uniforme de mortero de cal, tanto en el exterior como en los interiores —con aislamiento de corcho en el exterior—, confiere a la casa la textura típica de las construcciones de la zona y un color terroso que evoca las tonalidades rojas y marrones naturales del paisaje circundante.