El edificio se inserta en el terreno suavemente ondulado del humedal a través de su estructura porosa que se entrevera con los árboles circundantes para dar pie a un lugar íntimamente conectado con la naturaleza. Merced a este proceso de ‘inserción’, la parte inferior del edificio queda oculta en la tierra, mientras que la superior —ubicada en la cota más alta del enclave— descansa con suavidad sobre la superficie de la pendiente. Las cubiertas del edificio, dispuestas frente al agua y que protegen un espacio arquitectónico de por sí amplio y transparente, hacen posible que los visitantes puedan disfrutar, resguardados, del aire libre.

Una serie de patios abiertos introducen la luz natural en el espacio inferior del edificio, y con ello generan una rica atmósfera de luces y sombras que van variando conforme lo hacen las condiciones climáticas. El viento circula alrededor y a través del edificio, y puede sentirse tanto en sus interiores como en sus exteriores. Así concebida, la arquitectura se convierte en una especie de ‘mensajera’ que transmite la luz y el viento, y que se relaciona con humildad con la naturaleza donde se posa. Una arquitectura que abarca y penetra el paisaje, y al mismo tiempo crea un espacio con carácter que se convierte en una realidad más del humedal.