Más que un museo, Berlín es un compendio de arquitectura. Pero a pesar de que la capital alemana ha sido un importante campo de experimentación desde los albores de la modernidad, su tejido urbano acusa aún las fracturas y discontinuidades que los conflictos de la II Guerra Mundial y los desacuerdos de la guerra fría causaron en su fisonomía, despojándola en gran parte de la pátina cosmopolita que tuvo en los años treinta.

Hitos expresionistas como el cine Universum, emblemas del Neues Bauen como la Siedlung Siemenstadt y referencias de posguerra como la Filarmónica o la Neue National Galerie salen al encuentro del paseante como ilustraciones tridimensionales de un libro de texto, cuyo último capítulo se centra ahora en el territorio de nadie ocupado hasta 1989 por el muro que dividió la ciudad. Para orientar a los interesados en este último Berlín se ha publicado una guía que muestra actuaciones que, como la transformación de la Potsdamer Platz, pretenden reconciliar dos realidades urbanas distintas. Aunque lo construido en la última década probablemente carezca de la valentía presente en las actuaciones del periodo de entreguerras, la guía —editada en alemán e inglés— da testimonio del esfuerzo férreo de la ciudad por cancelar deudas y cerrar heridas.