Vivir en la ciudad

Deborah Berke 
31/12/2018


Riguroso. Racional. Pesado. Tres adjetivos que implican seriedad. Y que sirven también para empezar a hablar de la obra de David Chipperfield Architects, uno de los estudios más importantes del mundo, cuyo trabajo comprende edificios cívicos, comerciales, culturales, casas privadas y, cada vez más, viviendas urbanas multifamiliares. Aunque no sean tan conocidos como sus grandes museos, este último tipo de proyectos tienen un poder silencioso. Y, aunque sean expresiones del mundo del capitalismo avanzado en el que opera la arquitectura, representan también una resistencia obstinada y necesaria al concepto de vivienda desechable que los mercados a menudo alientan y demandan.

Cuando se habla con Chipperfield o se asiste a una de sus conferencias, se saca la conclusión de estar ante una persona seria, cansada del mundo. Aunque también se puede vislumbrar su humor, su ironía. Es en algún lugar en el solape entre la seriedad, la mundanidad y el ingenio inteligente del británico, donde se cuece su arquitectura profundamente digna y humana (esto no significa que sea el autor de todos sus edificios, pues todos sabemos cómo tiene que trabajar un estudio como David Chipperfield Architects, pero eso no implica que la huella y los valores del arquitecto no estén en el fondo de todo el trabajo de la oficina). Chipperfield también es —usando una palabra que está de moda— un hombre de buen gusto. ‘De gusto’ no en el sentido superficial y esnob, sino ‘de gusto’ en cuanto a que la expresión alude a la capacidad de discernir, de dar con lo adecuado. El británico se preocupa por la sustancia de la arquitectura —la forma, el espacio, la luz, la proporción, la materialidad—, elementos que combina constantemente para buscar el equilibrio que él siente como adecuado...  


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