A la hora de reseñar la última obra del historiador, catedrático y académico José Manuel Sánchez Ron —que forma una trilogía con sus anteriores Como al león por sus garras y El poder de la ciencia—, el reto de abordar su tamaño es tan descomunal que solo me atrevo a hacerlo imitando el procedimiento que el propio autor usó en El Cultural, donde seleccionó cuatro cartas —de Newton, Lavoisier, Einstein y Crick— para dar idea de la riqueza y variedad de contenidos de su libro. Por mi parte, he elegido a Galileo, Humboldt, Curie y Cajal, para ilustrar con cuatro pinceladas los temas que atraviesan el volumen, cuyos 76 capítulos trenzan la documentación epistolar con textos biográficos y comentarios que sitúan los fragmentos en su contexto científico, pero también en el marco político, social y cultural de su redacción.
El vínculo de la ciencia con el poder, y el uso pacífico o bélico que puede darse a cualquier descubrimiento, está bien ilustrado por los varios epígrafes dedicados al Proyecto Manhattan, pero quizá se advierte con ejemplar nitidez en la carta que Galileo dirige en 1609 al dux de Venecia, donde le ofrece «un nuevo artificio consistente en un anteojo extraído de las más recónditas especulaciones de perspectiva… de inestimable provecho para todo negocio y empresa marítima, al poder descubrir en el mar embarcaciones y velas del enemigo a mayor distancia de la usual, de modo que… podremos estimar sus fuerzas aprestándonos a su persecución, al combate o a la huida».
La fascinación que suscita la naturaleza, y la emoción estética de su estudio está admirablemente reflejada en lo que Alexander von Humboldt escribe a su hermano Wilhelm en 1799 desde el Puerto de La Orotava: «¡Regresé del Pico ayer, a la noche! ¡Qué espectáculo! ¡Qué gozo! Fuimos hasta el fondo del cráter… los vapores de azufre hirviendo agujereaban nuestra ropa… sobre nosotros, la bóveda del cielo azul intenso; viejas corrientes de lava al pie; todo alrededor esta escena de desolación (3 millas cuadradas de piedra pómez), bosques de laureles; abajo, a lo lejos, los viñedos entre los cuales se extienden ramilletes de plátanos hasta el mar, lindos pueblecitos sobre la costa, el mar y todas las siete islas».
El papel de la mujer en la ciencia, que tiene un momento trágico en la carta donde Clara Immerwahr, una brillante química que se suicidaría en 1915, expresa su insatisfacción con su matrimonio —«lo que Fritz (Haber) ha ganado en estos ocho años… es lo que yo he perdido»— puede sin embargo ilustrarse con el ejemplo positivo de Marie Curie, que tras su dura juventud en Polonia, a la que se dedica todo un capítulo, tuvo siempre el apoyo de su marido Pierre, como atestigua la carta de este al matemático sueco Gösta Mittag-Leffler: «Ha sido muy amable al informarme de que he sido mencionado para el Premio Nobel. No sé si este ruido tiene mucha consistencia, pero en el caso de que fuese cierto… desearía mucho que se me considerase solidario con la Sra. Curie en nuestras investigaciones sobre los cuerpos radiactivos. Es, en efecto, su primer trabajo el que ha determinado el descubrimiento de nuevos elementos».
Por último, la generosidad en la comunidad científica a la hora de compartir información sobre las vicisitudes del esfuerzo investigador se ilumina patéticamente con la misiva de Cajal a un discípulo en 1934, dos días antes de su muerte, donde la enfermedad y el abatimiento no le impiden ofrecer consejos minuciosos: «Yo me encuentro muy grave con una colitis que dura cerca de dos meses y que no me permite abandonar el lecho, ni comer ni escribir. Recibí su trabajo sobre el ‘asta de Amón’ del ratón… El ratón es poco favorable para un estudio estructural. Es difícil descubrir las células de axón corto… ¿Por qué no ha trabajado Vd. en el conejo de veinte o cuarenta días? El Cox me proporcionó magnífica arborización suelta de células de axón corto y multitud de detalles, que no siempre se ven bien con el método de Golgi». Y cito para terminar al propio Sánchez Ron: «Con un pie en la tumba, imposibilitado de abandonar la cama, Santiago Ramón y Cajal continuaba ejerciendo como el científico y el maestro que siempre fue».