«Parece un robot hecho de mantequilla», opinó un alumno al ver por primera vez su nuevo colegio. Ubicado en la periferia norte de Madrid, el Colegio Reggio es en verdad una visión surrealista, desplegada sobre un terreno en pendiente como una untuosa máquina de aprender.
Unos toscos bloques amarillentos parecen apilarse sobre estantes de hormigón, con hileras de ventanas semiesféricas que sobresalen de su viscosa superficie como ojos saltones. Entre ellos quedan huecos por donde brota exuberante vegetación, mientras unos conductos de metal pulido despuntan sobre la cubierta de sierra como las chimeneas de una fábrica de dibujos animados. La base de hormigón se perfora con grandes arcos, que se abren y se achatan como si el edificio estuviese flexionando sus músculos...[+]