Un itinerario cultural

Un itinerario cultural

Luis Fernández-Galiano 
01/12/2023


Richard Diebenkorn, Ocean Park 79, 1975

Esta monografía recoge las cuatro conferencias impartidas en la sede madrileña de la Fundación Juan March entre el 5 y el 14 de marzo de 2019. El ciclo, bajo el título ‘Cuatro ciudades: episodios de la historia cultural del siglo xx en Occidente’, congregó a un público numeroso, que se multiplicó a través de su difusión en streaming y en la posterior disponibilidad de los vídeos en el canal de YouTube de la Fundación, donde todavía pueden consultarse. Es inevitable preguntarse si merece la pena transcribir intervenciones que, al no estar previamente escritas, tienen el atractivo de la espontaneidad coloquial, pero los educados en la galaxia gutembergiense sentimos una debilidad probablemente enfermiza por el papel. Aquí se han reunido las cuatro conferencias respetando al máximo el tono impresionista de su exposición, y reproduciendo la mayor parte de las imágenes proyectadas, pero el esfuerzo por cristalizar en la página un flujo narrativo que tiene algo de teatral deja la impresión indeleble de haber actuado como el coleccionista de mariposas que tras su captura las clava con un alfiler en un corcho expositor.

Las ciudades elegidas, en ese empeño de resumir con cuatro episodios la cultura del siglo XX, fueron Viena 1900-1918, París 1918-1945, Nueva York 1945-1968 y Los Ángeles 1968-1989, con un desplazamiento en el tiempo que lo es también en el espacio, desde la Mitteleuropa a Francia, y desde allí, cruzando el Atlántico, a las dos costas americanas, para terminar en un Pacífico desde el que se avista el auge de Asia. Este itinerario marca también un trayecto desde la alta cultura a la cultura popular, en un tránsito de las élites a las masas que protagonizan sucesivamente la Viena dorada, donde los que escriben libretos de óperas o retratan a la aristocracia se sienten aún parte de la cultura del Antiguo Régimen; el París de entreguerras, donde la sofisticación de los Ballets Rusos se fertiliza con la experiencia bohemia de los pintores de Montmartre; la Nueva York de la Guerra Fría, donde el jazz o el arte pop extienden los límites de la expresión; y por último Los Ángeles, fábrica de sueños y crisol de la cultura de masas con Hollywood y Disney, que en los finales del siglo amalgama la prefiguración del futuro con la crítica contracultural.

Diferentes en su espíritu artístico y en su temperatura intelectual, estas cuatro ciudades tuvieron en común su capacidad para atraer magnéticamente el talento de su tiempo. Viena, capital del Imperio austrohúngaro, consiguió reunir a los mejores creadores de Austria y de Hungría, pero también de Alemania, de Bohemia, de Ucrania o de los Balcanes, y al cabo de buena parte de los territorios del Imperio; París acogió a pintores innovadores de toda Europa, y también a innumerables escritores, incluyendo una nutrida representación anglosajona de británicos, irlandeses y norteamericanos; Nueva York se benefició de ser el destino inevitable de los jóvenes estadounidenses con talento y ambición, pero también del gran éxodo europeo, arrastrado hasta allí por el nazismo primero y por la Segunda Guerra Mundial después; y Los Ángeles, que efectivamente reunió mucho talento americano, pero también extraordinarios escritores y cineastas europeos atraídos hasta allí desde los años treinta por la industria del cine. Si hay una lección que extraer del florecimiento cultural de estas cuatro ciudades, esta es sin duda la más importante.

Gustav Klimt, Retrato de Adele Bloch-Bauer I, 1907 (detalle)


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