Un humanista visionario

Primavera

Luis Fernández-Galiano 
30/04/2010


Deslumbrados por la escala colosal y la audacia técnica de tantos de sus edificios, con frecuencia olvidamos lo que la obra de Norman Foster tiene de utopía social y aventura estética. Desde sus primeros proyectos, como el realizado para la naviera noruega de Fred Olsen en los muelles de Londres, que reunía a descargadores y oficinistas en un espacio único limitado por una tensa fachada de vidrio que era a la vez un logro constructivo y una declaración de intenciones artística, la trayectoria del arquitecto británico ha procurado reconciliar los valores democráticos y la innovación tecnológica con el refinamiento visual. Fruto de este empeño son obras maestras como las oficinas paisaje de Willis Faber & Dumas, el monumental y liviano Centro Sainsbury o el Banco de Hong Kong y Shanghai, que cambió la forma de construir rascacielos como su aeropuerto de Stansted transformaría irreversiblemente las terminales aéreas, o como su Carré d’Art en Nîmes alteraría la manera de abordar el diálogo entre el patrimonio y la construcción contemporánea. Al final, sería el propio Foster el que daría el paso siguiente: en los rascacielos, con obras ejemplares como el Commerzbank de Frankfurt o el Swiss Re londinense; en los aeropuertos, con realizaciones titánicas como la terminal de Chek Lap Kok en Hong Kong o el nuevo aeropuerto de Pekín; y en la intervención en arquitecturas históricas, con obras como la llevada a cabo en el British Museum o la extraordinaria transformación del Reichstag berlinés...


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