Futuros comunes

Luis Fernández-Galiano   /  Fuente:  El País
30/04/2018


Desde sus primeras obras hace más de medio siglo, la arquitectura de Norman Foster ha utilizado el conocimiento técnico para prefigurar el futuro y para superar barreras físicas o sociales. Inspirándose tanto en las construcciones históricas como en los avances científicos, sus proyectos reconcilian tradición y modernidad, inteligencia urbana y capacidad transformadora, excelencia estética e innovación tecnológica. Coincidiendo con la presentación pública de su Fundación en Madrid, que reunió el 1 de junio en el Teatro Real a un extraordinario elenco de figuras, desde Michael Bloomberg o Jonathan Ive hasta Olafur Eliasson o Christiane Amanpour, la exposición en Fundación Telefónica documentó doce proyectos recientes que se hacían dialogar con otras tantas propuestas varias décadas anteriores, para subrayar la continuidad de sus inquietudes y al tiempo poner de manifiesto la variedad de sus intereses.


De las intervenciones en edificios patrimoniales a los proyectos de habitáculos en la Luna, la obra de Foster recupera la memoria del pasado y anticipa las necesidades del futuro sin dejar de estar sólidamente arraigada en las demandas y urgencias del presente. Sean los nuevos espacios del trabajo o la cultura, la atención a los pacientes de cáncer o a las poblaciones carentes de infraestructuras, los desarrollos urbanos sostenibles o las rutas elevadas para ciclistas, las propuestas de Foster estimulan el empeño por hacer nuestras ciudades más habitables, y todo ello bajo el signo de la sensibilidad social, de la apertura al cambio y de la innovación.

Si el diario El País publicó un gran reportaje sobre Norman Foster el año de la culminación de Apple, Bloomberg y su propia Fundación, AV le dedicó su número 200 coincidiendo con la exposición en Telefónica. 

El futuro del pasado y del patrimonio se ilustra relacionando su cuidadosa extensión de las míticas bodegas Château Margaux con sus primeros dibujos de arquitectura vernácula cuando todavía era estudiante, y comparando su actual proyecto para la ampliación del Museo del Prado con el Carré d’Art que completó hace un cuarto de siglo en Nîmes. Por su parte, los futuros de la forma y la función arquitectónica vinculan la reciente sede de la compañía Bloomberg en la City londinense con la que construyó para Willis Faber de la compañía Bloomberg en la City londinense con la que construyó para Willis Faber & Dumas hace cuarenta años, y la nueva Casa de Gobierno en Buenos Aires con el renovador Sainsbury Centre, que en su día transformó la percepción de los espacios del arte.

Tanto el futuro del trabajo como el futuro del bienestar dan lugar a mostrar en paralelo la emblemática sede construida para Apple en California con el pionero proyecto para Olsen en los muelles de Londres, y el acogedor Maggie’s Centre para pacientes oncológicos con la escuela de Hackney para niños que necesitan cuidados especiales. En Foster la voluntad de atender a las necesidades contemporáneas se une al refinamiento técnico, y tanto el futuro de la construcción como el de la tecnología se exploran vinculando el titánico proyecto para el aeropuerto de México con el Climatroffice —la visionaria propuesta que realizó con Buckminster Fuller— y el sostenible Droneport con la elementalidad geodésica de su Casa autónoma. 

La ciudad y el territorio exigen pensar de nuevo el futuro de la movilidad y el de la sostenibilidad, una tarea que aquí se enseña poniendo en relación el estimulante proyecto urbano del SkyCycle con el popular Metro de Bilbao, y la ‘carbon neutral’ ciudad de Masdar con el precursor plan territorial ecológico de La Gomera. Por último, el futuro de las redes que enhebran el planeta e incluso de la expansión de la humanidad fuera del mismo dan lugar a mostrar juntos el colosal proyecto del Thames Hub con la barcelonesa Torre de Collserola, y la base lunar para la Agencia Espacial Europea, construida con robots y tecnología 3D, con la primera realización del arquitecto, un minúsculo refugio en forma de cabina de avión, el Cockpit.

Si el primer proyecto realizado por la Fundación Norman Foster, alojada en un palacete beauxartiano al que el arquitecto ha añadido un exquisito pabellón de vidrio, fue el Droneport que se presentó en la Bienal de Arquitectura de Venecia —un pequeño aeropuerto para drones que espera contribuir al desarrollo de África—, es apropiado que su primera exposición tuviera lugar bajo los auspicios de la Fundación Telefónica, en un edificio que fue un modelo de innovación en su día, y cuya formidable estructura se subrayaba con el montaje de la muestra. Y es también apropiado que el ámbito central de la misma lo ocuparan un conjunto de máquinas al servicio del movimiento —de la bicicleta a la cápsula espacial— que son a la vez inspiración para estas arquitecturas livianas y emblema de un mundo acelerado en cambio permanente.


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