La aportación de Le Corbusier al urbanismo es hasta tal punto radical e innovadora que rara vez se puede evitar el deslumbramiento a la hora de enjuiciarla. La actitud «escandalizada» no es, sin embargo, la más idónea para situar en su justo lugar aquellas propuestas iluminadas y mesiánicas. William Curtis emprende un repaso al Le Corbusier urbanista partiendo del entusiasta momento de la Ville Contemporaine hasta llegar al arquitecto condecorado en Marsella y elevado a la apoteosis por los miembros de los CIAM en la azotea de su Unité. En el trayecto han quedado el Plan Voisin para París —fascinado todavía por la locomoción—, la Ville Radieuse (ya inmersa en la mélée política) y el Plan Obús para un Argel emergente.
Es imposible comprender la arquitectura del siglo XX sin llegar primero a un acuerdo sobre Le Corbusier. Sus edificios se pueden encontrar en París, La Plata o el Punjab y su influencia se ha extendido por todo el mundo a lo largo de cuatro generaciones. Sus proyectos para la ciudad han llegado a confundirse con las esperanzas, las decepciones y las crisis de la industrialización. Las obras maestras singulares como la Villa Saboya en Poissy, la capilla de Notre-Dame-du-Haut en Ronchamp, o el edificio del Parlamento en Chandigarh resistirán la comparación con las obras de cualquier otra época. Además de arquitecto, Le Corbusier era también pintor, escultor, urbanista y escritor; era incluso un filósofo que cavilaba sobre la condición humana en la era moderna. Como Freud, Joyce o Picasso, contribuyó a dar forma al pensamiento y la sensibilidad de una época dotando a sus planteamientos y hallazgos de un tono universal. Lo queramos o no, estos hallazgos se han convertido ahora en parte de nuestra tradición...[+]