Resistiendo numantinamente a la especulación inmobiliaria, la minúscula iglesia ortodoxa de San Nicolás se alzaba entre los rascacielos del World Trade Center como resto anacrónico del Manhattan de los años veinte, pero, como todo a su alrededor, quedó destruida tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Dos décadas después, tras una dificultosa recolección de donaciones y un litigio sobre la propiedad entre la diócesis local y la Autoridad Portuaria de Nueva York, el pasado 6 de diciembre —festividad del santo patrón— la comunidad griega ha reanudado sus liturgias en un nuevo espacio tan solo a 50 metros del emplazamiento original, diseñado por Santiago Calatrava. Tomando como referencia la arquitectura bizantina, el valenciano se aleja de la gracilidad esquelética de su cercana estación Oculus y propone un rotundo volumen circular flanqueado por cuatro torres y coronado por una cúpula nervada al estilo de Santa Sofía que, gracias a su revestimiento con finas placas de mármol pentélico retroiluminadas, esplende en la noche neoyorquina con el fulgor áureo de los iconos que engalanan el interior.