El facetado pabellón da acceso al único edificio construido (el museo que honra la memoria de las víctimas del atentado del 11 de Septiembre de 2001) en el vacío urbano y emocional que dejaron las Torres Gemelas tras el ataque terrorista. Éste contrasta cuidadosamente con la horizontalidad de la plaza en la que se ubica y, con sus fachadas de vidrios y espejos alternos, captura y refleja el cambio estacional, camuflando el volumen con su entorno en cada momento del año. En el interior del pabellón, las tres plantas se conectan visualmente a través de un atrio que está presidido por dos pilares metálicos rescatados de los rascacielos caídos y que sirven de recuerdo material de las torres pese a haber sido desplazados de su lugar original. Es un espacio de transición que une la luminosidad exterior del memorial con la oscuridad subterránea del museo, conexión que reivindica con la inclinación de la estructura exterior así como los vidrios que la revisten. Aunque durante la construcción el proyecto ha cambiado varias veces de programa, siempre ha conservado la dedicación de orientar y conducir a los visitantes al museo, conteniendo en sí mismo una vocación cultural con un auditorio y zonas privadas para los familiares de las víctimas del atentado.