Actualidad 

Museo del 11S

Un museo de la memoria

31/05/2014


Los fines del Museo del 11-S en la ‘Zona Cero’ son difíciles de conciliar. Debe evocar los terribles atentados y recordar a los fallecidos, pero también debe ser un edificio pragmático capaz de acoger a los miles de visitantes que, con una curiosidad a veces banal, no verán en los restos mostrados una tragedia humana sino un mitificado hecho histórico. Por eso no extraña que su reciente inauguración haya provocado tanta expectación como críticas. Enterrado a una profundidad de 21 metros, junto a la huella de las Torres Gemelas ahora convertida en fuente conmemorativa, el museo llega con cinco años de retraso y un coste —700 millones de dólares— que excede en mucho lo previsto. Metafóricamente, el edificio concebido por el estudio local Davis Brody Bond es un hipogeo del que sólo emerge un pabellón cristalino proyectado por Snøhetta, y cuyas entrañas albergan el bestiario de los restos de la tragedia: grandes pilares oxidados, alianzas, vehículos de bomberos o incluso restos del fuselaje de uno de los aviones. Pero, al cobijar 14.000 restos humanos sin identificar, este hipogeo es también literal, con lo que su decoro se pone en entredicho: ¿puede ser un museo también un cementerio? En tal caso, ¿tiene sentido que los visitantes terminen su recorrido en una tienda donde comprar camisetas y otros ‘recuerdos’ de la tragedia? Estas paradojas expresan las dificultades para dar forma a la memoria —al monumento— por sociedades que convierten en espectáculo hasta lo luctuoso.

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