La primera vez que supe de Diébédo Francis Kéré fue con ocasión del Premio Aga Khan de 2004. Escribí sobre él en El País en diciembre de ese año, y el anuario de AV Monografías publicado poco después dio cumplida cuenta de la ahora mítica escuela en Gando. Con todo, Kéré seguía siendo una figura un tanto desdibujada que sólo alcanzábamos a vislumbrar como contrapunto de la sofisticación urbana de David Adjaye, encasillándolo bajo el rótulo convencional de ‘arquitecto africano’. En la siguiente década, gracias al contacto personal y a un mayor conocimiento de su obra, su perfil se hizo más nítido y su altura devino mayor, demostrando poseer un carácter carismático y el talento y la empatía necesarios para ejercer ese liderazgo que hoy demuestra de una manera tan evidente. Lo que sigue es el relato de este itinerario de descubrimiento.
Cuando lo invitamos por primera vez a España en 2008 para que mostrara su obra en la Expo de Zaragoza y diera una conferencia en Madrid, todavía le llamábamos ‘Diébédo’, un nombre que, como supimos más tarde, significa ‘el que ha venido a mejorar las cosas’. En la exposición en el Pabellón de España titulada ‘ZaragozaKyoto: Arquitecturas para un planeta sostenible’ Kéré compartía espacio, entre otros, con Lacaton & Vassal, y nos dimos cuenta de que Jean-Philippe Vassal, nacido en Casablanca y amigo y colega en la TU de Berlín, siempre le llamaba ‘Francis’, el nombre que prefería para su actividad pública. Ahora, ‘Francisco’ es también un gran nombre, como ha puesto en evidencia el actual Papa Bergoglio; un nombre que resuena de manera maravillosa con el verdadero espíritu franciscano de la arquitectura de Kéré; de ahí que, para todos los que le conocemos, haya pasado de ser ‘Diébédo’ a ‘Francis’.
Tras la inauguración de la exposición en Zaragoza, Kéré dio una conferencia en el MNCARS de Madrid, y su actuación en el escenario fue increíble. Autobiográfica y teatralmente, golpeando la plataforma con los pies para explicar cómo se compacta la tierra, bailando casi mientras evocaba el edificio comunitario de la escuela primaria que había construido en su pueblo natal, Kéré supo guiar al público a través de un emocionante crescendo. Compartió los focos con figuras como el arquitecto brasileño Jaime Lerner —carismático exalcalde de Curitiba y deslumbrante orador—, pero Kéré supo atrapar los corazones y las mentes de todos con una gracia que parecía salirle sin aparente esfuerzo. Así que, cuando al año siguiente presenté su conferencia en la Casa Encendida de Madrid, todos sabíamos a qué atenernos, y no nos decepcionó, transmitiendo su apasionado compromiso y su energía sin límites a un auditorio abarrotado.
En 2010 fui jurado del BSI Swiss Architectural Award junto con el ganador de la primera edición, Solano Benítez, y el conservador del Departamento de Arquitectura del MoMA, Barry Bergdoll, y fue fácil convencer a Mario Botta, el fundador del premio, de que Francis Kéré sería un digno galardonado. Tras el Aga Khan, este fue su segundo premio importante, al que pronto seguirían muchos otros: el Markus en 2011, el Holcim en 2012 o el Schelling en 2014, que Kéré fue tan generoso de compartir con los otros dos finalistas, Anna Heringer y Carla Juaçaba. Pero el Swiss Award fue importante porque hizo que Botta invitara a Kéré a dar clases en la Escuela de Mendrisio, se hiciera cómplice de su entusiasmo optimista y se convirtiera al cabo en mentor del arquitecto de Burkina Faso afincado en Berlín.
La capacidad empática de Kéré se volvió a demostrar en el primer congreso de la Fundación Arquitectura y Sociedad, celebrado en Pamplona en junio de 2010, donde Francis volvió a dar una de sus impresionantes conferencias, conviviendo fraternalmente durante tres días con colegas como Renzo Piano, Jacques Herzog, Glenn Murcutt, David Chipperfield o Alejandro Aravena, los cuales quedaron seducidos por su autenticidad y su calidez. De hecho, es muy difícil separar en Kéré el compromiso social, la invención técnica y la sabiduría climática del individuo carismático, espontáneo y amable, de modo que cuando decidimos darle la portada del número de Arquitectura Viva dedicado al congreso, la imagen elegida —dos mujeres vestidas de colores vivos construyendo con sus manos una pared de barro— intentó expresar el entrelazamiento de arquitectura y vida que es tan característico del trabajo de Francis.
Por entonces, ya habíamos publicado algunas de sus obras en el libro del congreso y en varios números de nuestra revista, pero yo aún no había visitado ninguno de sus edificios, hasta que en la primavera de 2011 recibí la invitación del director del Aga Khan Trust for Culture, Luis Monreal, para sumarme a él a un viaje a Malí, donde su Fundación estaba restaurando las extraordinarias mezquitas de barro y habían encargado a Kéré varias obras en Bamako y Mopti. En la capital del país me impresionó la rehabilitación del Parque Nacional de Mali, que incluía un zoo por desgracia abandonado, y donde Kéré había levantado los pabellones de acceso, un restaurante con una gran pérgola volada sobre una colina rocosa y un centro deportivo sobrio y elegante. Pero el momento más emocionante del viaje se produjo más al norte, en las mezquitas restauradas por el Aga Khan Trust en Djenné y Mopti, y en el Centro de Arquitectura de Tierra construida por Kéré en esta última ciudad, con sus formas lacónicas y regulares a la sombra de la extraordinaria Gran Mezquita.
Vernáculo y pragmático
Por estas fechas estábamos preparando el volumen dedicado a África de nuestra serie Atlas, y la profunda ignorancia de la arquitectura del continente me llevó a pedir ayuda a Francis; de hecho, fue sólo con su consejo y el de nuestro común amigo Farrokh Derakhshani, director del Premio Aga Khan de Arquitectura, que logramos llevar a término el proyecto. Dos años más tarde, cuando presentamos en Madrid la serie completa de cuatro títulos que daba cuenta del trabajo de cientos de arquitectos de todo el mundo, el diario El País me pidió que sugiriese dos nombres que pudieran expresar conjuntamente el espíritu de este proyecto editorial —que ya había sido elogiado calurosamente por críticos e historiadores de la talla de Kenneth Frampton o Roberto Segre—, y no tuve ninguna duda: Norman Foster y Francis Kéré serían los mejores intérpretes de la arquitectura global para el público general, y sus textos articulados, matizados y emocionantes lo demostraron con creces.
La trayectoria de los dos arquitectos volvió a cruzarse en Madrid en la primavera de 2014, cuando lanzamos la exposición ‘El arquitecto está presente’, donde Kéré, TYIN, Anupama Kundoo, Solano Benítez y Anna Heringer mostraron sus diferentes enfoques y dirigieron talleres realizados en el propio espacio expositivo, dando a los visitantes la oportunidad de interactuar con los arquitectos. Uno de esos visitantes fue Norman Foster, completamente fascinado con la obra de Kéré y que buscó modos de colaborar en una conversación cuya química fue evidente para todos. Esta vez Francis pasó diez días en Madrid, que nos dieron la oportunidad de organizar varias conferencias y visitas que reforzaron sus lazos con España en un momento en que su carrera estaba llegando a ser tan exitosa que corríamos el riesgo de perderlo.
De hecho, conseguir que viniera a la Escuela de Arquitectura de Valencia para dar en 2016 la conferencia conmemorativa de los cincuenta años de la institución fue sumamente difícil, porque encargos como el nuevo Parlamento de su país —incendiado durante la revolución de 2014, Kéré presentó el proyecto en la última Bienal de Arquitectura de Venecia, un zigurat transparente y verde que se levantará en el centro de Ouagadougou invitando al uso popular de sus terrazas escalonadas— han hecho de su agenda un complicado puzle de entrevistas de Estado, actividades y viajes.
A pesar de sus muchos proyectos, premios y compromisos, Kéré sigue siendo fiel a su pueblo, Gando, en Burkina Faso, y a sus amigos. Por supuesto, es maravilloso verlo trabajando para los parientes de Obama en Kenia, protegiendo los Baños Reales en Sudán o proyectando un pabellón para la Royal Academy en Londres; pero su trabajo más emocionante está todavía cerca de sus raíces. Cuando tratamos de evocar a Francis, la imagen de la escuela de Gando —con su magnífica hibridación de las técnicas constructivas vernáculas y el pragmático saber hacer alemán al servicio de una causa justa— es lo primero que se nos viene a la mente. Francis Kéré es en sí mismo una combinación feliz del carácter africano y de la experiencia europea, un arquitecto y una persona como pocas que ha sabido entretejer su carrera profesional y el bienestar de su comunidad hasta el punto en que ambos ya no pueden distinguirse: en esto consiste su humildad y su grandeza.