Ciencia y tecnología 

Nanocelulosa cristalina

Eduardo Prieto 
30/06/2013


El futuro está en lo pequeño. Conscientes de que el modelo tecnológico y productivo asociado a los materiales convencionales (el plástico, el silicio) puede acaso tener los días contados, los científicos buscan hoy, como los alquimistas antaño, la piedra filosofal capaz de transmutar los viejos compuestos en otros nuevos con mejores prestaciones, susceptibles de ser producidos en masa y baratos. No buscan en el nivel visible, sino en la escala de lo muy pequeño, la de los llamados nanomateriales. Entre ellos, el grafeno se lleva la palma por sus indiscutibles propiedades, aunque no tanto por su coste de producción, aún elevado. Pero, junto al grafeno y a su siamés grafano (véase Arquitectura Viva 140), ha aparecido un nuevo compuesto de imprevisible potencial: la nanocelulosa cristalina, que puede obtenerse a partir de cultivos de bacterias o bien mediante un proceso de hidrólisis aplicado a fibras de celulosa procedentes de la pulpa de la madera.

El nuevo material —un biopolímero afín al que constituye los plásticos— presenta unas propiedades en modo alguno inferiores a las del grafeno: tiene una resistencia ocho veces mayor que la del acero convencional, además de ser resistente, flexible, increíblemente ligero y de conducir bien la electricidad. Por ello sus aplicaciones futuras podrían ser tan variadas como sorprendentes. En primer lugar estarían sus usos mecánicos, ya que la nanocelulosa está compuesta de cristales extremadamente duros, pero muy ligeros, por lo que podría utilizarse tanto en las carrocerías de los vehículos como en armaduras de defensa, sin descartar sus usos en la industria de la construcción.

Dado su carácter conductor, la nanocelulosa podría tener también aplicaciones semejantes a las ya conocidas del grafeno, sustituyendo al plástico y el vidrio en las pantallas de los ordenadores o los teléfonos móviles, que podrían llegar a ser transparentes y flexibles. La nanocelulosa puede ser asimismo la materia prima de los nanoaerogeles, compuestos que soportan hasta 10.000 veces su propio peso y con propiedades superaislantes que los hacen, en teoría, óptimos para ser aplicados en los edificios (véase Arquitectura Viva 149).

Pese a estas indudables ventajas, la nanocelulosa ha sido hasta el momento un material difícil de obtener y, por tanto, caro, aunque este es un problema que quizá podrá ser resuelto merced a investigaciones como la desarrollada por el equipo de Malcom Brown, de la Universidad de Texas, que han conseguido obtener pequeñas cantidades de nanocelulosa mediante un alga que lo produce de manera espontánea, sin necesidad de nutrientes. Su tesis es que, introduciendo en esta alga genes de Acetobacter xylinum —la vulgar bacteria que se usa para hacer vinagre— podrían llegar a generarse cantidades ingentes de nanocelulosa con costes de producción bajos, ya que la materia prima se encuentra de manera masiva en la naturaleza. Esto abriría la posibilidad al desarrollo no sólo de las aplicaciones arriba mencionadas, sino también del uso de la nanocelulosa como un biocombustible eficiente y ecológico.

A día de hoy sólo dos fábricas en el mundo producen nanocelulosa, pero el Gobierno norteamericano estima que en 2020 la nueva industria moverá la astronómica cifra de 600.000 millones de dólares. Lo muy pequeño se convertirá, así, en lo extremadamente grande.


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