Monumentos vivos
Los desafíos del patrimonio
Construir sobre lo construido es un problema moderno. Antes de que existiera la perspectiva histórica, los restos del pasado —incluso los más prestigiosos de la Antigüedad clásica— eran tratados como materia muerta que, una vez descompuesta merced al pillaje o la demolición, podía emplearse, sin remordimientos, para construir nuevos edificios. Hasta que estos remordimientos no se instalaron en la conciencia del público general no fue posible convertir el legado del pasado en un ‘patrimonio’, es decir, no fue posible poner los medios para proteger aquellos edificios cuyo valor no estaba en su función, y tampoco forzosamente en su belleza, sino simplemente en su condición de depósitos de tiempo. Sin embargo, una vez instalada esta perspectiva histórica y sentimental, el avance del proteccionismo fue imparable, hasta el punto de que fue difícil evitar que de la idea del monumento como historia cristalizada se acabara pasando a la del monumento como historia mitificada o sacralizada.
Quizá porque busque referencias estables en un mundo cada vez más sacudido por el cambio, la sensibilidad contemporánea tiende a patrimonializarlo todo —tanto lo material como lo inmaterial—, y, en este afán paradójico de conservar la historia sacándola de la propia historia, acecha el peligro de que la conservación se vuelva cada vez más dogmática. También en lo que atañe al trabajo de los arquitectos, donde desde hace algunos años se viene advirtiendo la tendencia inquietante de dejar los edificios patrimoniales solo en manos de especialistas, como si el hecho de que una construcción haya pasado por el tamiz de la historia hiciera de ella algo distinto a arquitectura.
Las cuatro intervenciones que se presentan en estas páginas no son dogmáticas. No lo son porque se sostienen en la contemporaneidad, y han renunciado a tratar los restos del pasado como simples objetos abocados a la reverencia y al museo. Y no lo son porque, en lugar de confiarse a especialistas, se deben a arquitectos que saben trabajar con cuidado las preexistencias, pero sin someterse del todo a ellas. Así la transformación de los almacenes victorianos de carbón en la londinense King’s Cross, donde Thomas Heatherwick ha unido dos viejos pabellones con una gran cubierta alabeada que protege un nuevo y atractivo espacio público. Así también la intervención de Herzog & de Meuron en el Centro Tai Kwun de Hong Kong, donde se han superpuesto a una comisaría y una prisión coloniales dos sofisticados prismas revestidos de piezas de aluminio reciclado. La misma voluntad de crear a partir de la historia comparten tanto la actuación de TAO en una zona cafetera de China —donde las bóvedas de ladrillo tradicional se combinan con recios pórticos de hormigón armado—, como la restauración del Mercado de San Antonio en Barcelona, que Ravetllat Ribas han convertido en una oportunidad para transformar el entorno urbano.