‘Mi arquitectura se eleva muda y fría’. Aldo Rossi resumió su obra parafraseando una línea de Hölderlin cuya desolación remite también a la devoción del arquitecto por Giorgio de Chirico. La soledad y el silencio de los paisajes urbanos del pintor resuenan en los dibujos y las arquitecturas de Rossi, y de hecho este reconoció su deuda con la pittura metafisica, sobre todo con De Chirico, cuya influencia menciona en los Quaderni azzurri.
Dos libros recientes exploran el legado de estos dos maestros de la ausencia, y excavan con erudición y empatía las raíces de su lenguaje lírico: la tesis del prematuramente desaparecido Diogo Seixas Lopes —leída en la ETH bajo la dirección de V. M. Lampugnani, W. Oeschlin y Y. Safran— recorre la carrera de Rossi desde la óptica de la melancolía, prestando atención a los ecos de la mirada metafísica de De Chirico y deteniéndose en el cementerio de San Cataldo como expresión última de una arquitectura de sombras, pérdida y olvido; por su parte, el monumental volumen de Ara H. Merjian —que se inició como una tesis en Berkeley bajo la dirección de T.J. Clark— desmenuza minuciosamente la obra temprana de De Chirico desde el doble eje de su representación del espacio arquitectónico y sus vínculos con la filosofía de Nietzsche, argumentando la centralidad de la arquitectura en su ‘método nietzscheano’, lo que explica su influencia en la imaginación arquitectónica contemporánea, y muy especialmente en la ‘ciudad análoga’ de Rossi.
Nacido en 1972 y tristemente fallecido el 18 de febrero, Diogo Seixas Lopes no podrá ya ver la cuarta edición de la Trienal de Arquitectura de Lisboa, de la que era comisario con Andrés Tavares, pero deja tras de sí la remodelación del mítico teatro Thalia —que realizó junto a Patrícia Barbas y con el veterano Gonçalo Byrne— y este libro ejemplar, que se publica en inglés por una exquisita editorial suiza, y que interpreta con elegancia, agudeza y emoción en sordina la trayectoria artística y poética de un maestro acaso malogrado, porque la violencia lírica de su inteligencia musculosa se desvaneció en signos consumibles en la última parte de su carrera.
Un destino quizá compartido con De Chirico, cuya obra fue dividida cáusticamente por Raymond Queneau en dos, «la temprana y la mala», resumiendo la opinión de muchos que no pudieron entender el tránsito de los paisajes espectrales y enigmáticos donde pórticos, chimeneas y trenes sólo tienen el contrapunto de estatuas y maniquíes al ‘Pictor Classicus’ posterior a 1919, que sustituyó las ciudades metafísicas por una desconcertante romanità de gladiadores, efebos y caballos en la playa. Pero Merjian se ocupa únicamente de la obra pintada en París en las vísperas de la Gran Guerra, y ese es el De Chirico arquitectónico que alimentó a Rossi como antes él se había nutrido de Nietzsche, en una secuencia de presencias fantasmales que trae a la memoria la frase más surreal o existencialista del pintor: «Hay mucho más misterio en la sombra de un hombre un día de sol que en todas las religiones del mundo.»