Máquinas de educar
Cuatro escuelas internacionales
También en la enseñanza ha habido clases. Mientras que las grandes universidades nacidas al calor de la Ilustración medieval ocupaban grandes y a veces lujosos edificios, la educación primaria seguía restringida casi a lo doméstico: a las estrechas aulas de los monasterios y, sobre todo, a las escuelas privadas de pupilaje que regían maestros por lo general sádicos, como aquel dómine Cabra sarcásticamente descrito por Quevedo en el Buscón.
La mejora de la educación primaria no fue posible hasta la invención de la escuela moderna, y esta no pudo nacer antes de la invención de los Estados modernos, que desde principios del siglo XIX asumieron la difícil tarea de dar una instrucción mínima al pueblo. Con este empeño, los Estados comenzaron a construir escuelas —una en cada pueblo, una en cada barrio—, y pronto las tesis higienistas hicieron de las escuelas una suerte de mecanismos para la propiciación de un ambiente saludable y educativo. Las escuelas se dotaron de grandes ventanales que abrieron las aulas a la luz del sol; restringieron sus crujías para favorecer la ventilación cruzada; contaron con pequeñas —y a veces grandes— bibliotecas que las convirtieron en pequeñas ágoras del conocimiento; y se rodearon de jardines para acercar a los niños —cada vez más urbanos— a la ya perdida naturaleza. En España contamos con excelentes ejemplos de esta arquitectura de la educación que fue a un tiempo racionalista, higienista y cívica: desde las escuelas de la Institución Libre de Enseñanza hasta los colegios de Antonio Flórez.
Lejos de languidecer tras las destrucciones de las guerras mundiales, el impulso educativo creció a partir de 1945. Europa renacía de sus cenizas y con ella un nuevo Estado del bienestar iba emergiendo, y es en este contexto en el que hay que entender la construcción de decenas de miles de escuelas que, en algunos casos, fueron verdaderos laboratorios de la enseñanza, machines à éduquer, como las planteadas por Aldo van Eyck en los sesenta o las concebidas desde la filosofía Reggio Emilia en la Italia de esa misma época y del que, a su manera, es continuador el Colegio Reggio que acaba de terminar Andrés Jaque en Madrid (véase Arquitectura Viva 252).
Esta revista quiere contribuir al examen de la arquitectura de las escuelas mediante los cuatro casos de todo el mundo recogidos en este dossier: mientras que la escuela de niñas Raj-kumari Ratnavati, de Diana Kellogg en Jaisalmer (India), dialoga con la arquitectura tradicional para liberar a las mujeres a través de la educación, la escuela primaria Jadgal en Seyyed Bar (Irán), de BAAZ Office, responde tipológicamente a su duro entorno; por su parte, la escuela Wayair en Ulyankulu (Tanzania), de JEJU.studio, se inscribe en la tradición higienista para atenuar el clima local, y el jardín infantil Bambú en Las Condes (Chile), de Gonzalo Mardones, atiende a un contexto más urbano mediante una arquitectura sostenible y rigurosamente modulada.