La renovación del capitalismo y la democracia debe estar impulsada por una simple pero poderosa idea: la de ciudadanía. No podemos pensar únicamente como consumidores, trabajadores, propietarios, ahorradores o inversores. Debemos pensar como ciudadanos.
La noción de ciudadanía parte del interés en que los demás ciudadanos tengan una vida plena, del deseo de crear una economía que permita prosperar de esta manera y, ante todo, de la lealtad a las instituciones democráticas, tanto políticas como jurídicas, y a los valores de diálogo y tolerancia mutua que las sustentan.
Ante el difícil panorama actual, ¿qué podría significar este resurgir de la idea de ciudadanía? He aquí lo que no significará. No significará que los Estados deban olvidarse del bienestar de los no ciudadanos. Ni que deban romper el intercambio libre con extranjeros. Ni que deban evitar la cooperación para alcanzar objetivos comunes.
Sin embargo, sin duda significará que la primera preocupación de los Estados será el bienestar de sus ciudadanos. Pero para que esto sea real, tienen que darse ciertas cosas.
Todo ciudadano debe tener la posibilidad razonable de adquirir una educación que le permita participar tanto como sea posible en los asuntos de una economía moderna y avanzada.
Todo ciudadano debe tener también la seguridad necesaria para prosperar, incluso en caso de enfermedad u otras adversidades.
Todo ciudadano debe tener la protección necesaria para no sufrir abusos.
Todo ciudadano debe poder cooperar con otros trabajadores para defender sus derechos colectivos.
Todo ciudadano, especialmente si es pudiente, debe asumir que ha de pagar los impuestos necesarios para mantener la sociedad.
Los ciudadanos tienen derecho a decidir a quién se permite venir para trabajar en sus países, y quién puede compartir con ellos las obligaciones y los privilegios de la ciudadanía.
Las políticas deben tratar de crear y mantener una clase media fuerte al tiempo que asegurar una red de seguridad para todos.
Todos los ciudadanos, sin distinción de raza, etnia, religión o género, tienen derecho a la igualdad ante la ley.
Occidente no puede retroceder a los años sesenta: a un mundo de industrialización masiva, donde la mayor parte de mujeres con estudios no trabajaba, donde existían claras jerarquías raciales y étnicas y donde los países occidentales dominaban el globo.
Hoy, con el cambio climático, el auge de China y la transformación del trabajo mediante las tecnologías de la información, nos enfrentamos a retos muy distintos. El mundo ha cambiado demasiado para que la nostalgia continúe siendo una reacción sensata.
Aunque algunas cosas siguen igual. Los seres humanos deben actuar tanto colectiva como individualmente. Actuar juntos en democracia significa actuar y pensar como ciudadanos.
Si no lo hacemos, la democracia fracasará y las libertades desaparecerán.
La obligación de nuestra generación es que esto no pase. Hemos tardado mucho en advertir el peligro, y ahora lo tenemos delante.
Estamos en un momento de temor y de esperanzas débiles. Debemos identificar el peligro y combatirlo para hacer realidad nuestras esperanzas. Si no lo conseguimos, la luz que arrojan las libertades políticas e individuales podría volver a apagarse.