Sostenibilidad 

La hora solar

El primer Solar Decathlon europeo se realizó en Madrid, pero ese concurso tecnológico no debería apoyar la ciudad dispersa, sino la densidad urbana.

Luis Fernández-Galiano 
30/04/2011


La hora solar no es la hora de la casa solar: es la hora de la ciudad lenta. Desde luego, casas solares como las reunidas en Madrid en el primer Decathlon Solar europeo son útiles plataformas de innovación, y fértiles terrenos para la competencia tecnológica entre las universidades del mundo, estimulando entre los jóvenes arquitectos e ingenieros el espíritu emprendedor y la afición al experimento científico, validado por el riguroso control de sus resultados. Sin embargo, los frutos de este esfuerzo colectivo no deben servir para mejorar marginalmente el comportamiento energético de las viviendas unifamiliares en la ciudad dispersa generada por el automóvil, sino para optimizar la ya muy eficaz ciudad densa y compacta, que puede permitirse el lujo de ser lenta cuando su escala no exige subordinarla al flujo insomne del tráfico. La casa solar no es el laboratorio de la casa futura, sino el campo de ensayos de la ciudad sin casas, y las nuevas experiencias de ciudades sostenibles declinan todas el alfabeto de la densidad.

Al cabo, la virtud termodinámica de la arquitectura no reside tanto en los mecanismos, paneles y conductos que hoy erizan las construcciones solares o ecológicas, ni en las cubiertas vegetales y pesados muros de la edificación orgánica o verde, que privilegia la inercia térmica sobre la captación de energía: reside más bien en cuestiones generales de coeficiente de forma, porcentaje de fenestración, aislamiento, orientación e iluminación, además del asunto esencial de los costes energéticos de la construcción y demolición en las obras e infraestructuras urbanas, con el consiguiente impacto en el uso de recursos escasos y en el cambio climático a través de la emisión de CO2. La arquitectura autosuficiente o sostenible es en puridad un espejismo, pero también un objetivo al que acercarse, sea a través de códigos y reglas complejos, sea mediante el redescubrimiento de normas y principios que juzgamos intemporales, pero que en realidad corresponden a épocas históricas de carestía energética.

Tras las devastaciones producidas por terremotos o tsunamis, el caos aéreo causado por un volcán de Islandia es sin duda un tema menor, pero ha llevado a la conciencia de muchos europeos la vulnerabilidad frente a la violencia de la naturaleza, que sólo podemos fingir que controlamos con la técnica. Esas cenizas en el aire se unen a los vertidos de petróleo en las aguas del Golfo de México, a las turbulencias financieras que acentúa la negociación algorítmica de máquinas tan veloces como ciegas y a los balbuceos científicos de la vida artificial para componer un panorama incierto donde no sabemos si la hora solar la dará el mismo reloj mecánico que pautó el tiempo en los monasterios para gestar la sociedad mercantil o un simple reloj de sol, tan propio de una vanitas clásica como una clepsidra o un reloj de arena, y más próximo a la arquitectura por su condición geométrica: el relojero de este tiempo fugaz quizá debería aprender gnomónica, y celebrar así la lentitud impasible de la vida, perecedera, frágil y tenaz.


Etiquetas incluidas: