La casa es el abrigo

Álvaro Siza 
31/08/2006


La casa es el abrigo. El elemento principal de la casa es el tejado y después la chimenea. Dentro somos independientes, o casi. Estamos protegidos de la ciudad y del mundo entero. Los que pueden utilizan tranquilamente internet.

La casa tiene ventanas: es preciso respirar hasta cuando el aire está contaminado.

Es bueno ir a la ventana. Se ve la calle, la vecina sale y cierra la puerta, pasa gente y motos y animales y automóviles, trenes, coches y aviones, del aire llega el ruido de un avión, pasa una gaviota. No estamos solos, felizmente no estamos solos, el cartero llama a la puerta, llega el periódico.

El sol entra por la ventana y pinta la pared de enfrente, la lluvia golpea los vidrios, sopla el viento. Sabemos que la calle va por ahí afuera, se ramifica y sale de la ciudad, une el norte, el sur, el este y el oeste a todos los espacios intermedios, teje una manta sin principio ni fin porque se tuerce, incluso al cruzar el mar (con gran dispendio y dificultad). La aventura apetece.

El elemento principal de la casa es la puerta, más que la ventana, porque no tiene parapeto: sólo un escalón de pocos centímetros para el mundo o para huir al mundo (siempre se puede cerrar la puerta o bien abrirla de par en par).

El desagüe de mi casa recorre el mundo entero y se transforma junto con el de otros.

La casa es el yo de cada uno. Con todo en el espacio y en el tiempo las casas son prácticamente iguales, en la horizontal como en la vertical. Cuando tiene demasiadas escaleras inventan el ascensor, pero se mantienen iguales o casi, porque nosotros, los que las ocupamos, somos casi iguales. La casa forma parte de una cuadrícula inmensa, rota aquí y allí, enmendada por murallas, por ríos, por fronteras imaginarias, por grandes protuberancias, por puentes y por túneles y por nosotros inmateriales.

La casa soy yo y nosotros, como se quiera. Distinguimos una de otra con dificultad, por números y por detalles irrelevantes, por estar en ruinas y a oscuras o limpias y pulidas como el vidrio.

Soy dueño de la casa, soy dueño del mundo, o inquilino de los dos, lo que es rigurosamente lo mismo y nada. A menos que no consiga tener casa y entonces utilice una gruta, o una tienda, o una estación de metro o el pórtico del Palacio de Justicia (casas menos confortables y sobre todo inaceptables: las posibles).

Tenemos por costumbre robar las casas los unos a los otros, o tenemos por hábito robarlas. Construimos, vendemos; derrumbamos, compramos. A veces las casas son bombardeadas y a veces hay gente ahí dentro y hay terremotos y otros accidentes naturales.

Pobre vida la de las casas.

La casa es de carbón y la puerta de plata. Hay siempre un bulto a contraluz. Peligrosas son las puertas de los palafitos.

Le Corbusier se remanga los pantalones, apoyado en la tibia y en el peroné construye los cabellos del Toit Terrasse los pilotis y los miosotis.

Casas dispersas como ovejas perdidas y casas arrimadas las unas a las otras. Corren de puntillas acechando y volando sobre los vecinos. Casa subterráneas miserables, en las colinas, pintadas de azul y lila.


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