Pese a las infundadas expectativas, la candidatura madrileña para los Juegos Olímpicos de 2020 acabó siendo la perdedora de una pugna con Tokio y Estambul en la que la capital española resultó lastrada, sobre todo, por las dificultades económicas y políticas de un país que sigue estando en horas bajas. Los miembros del COI no confiaron en una propuesta austera que, sin embargo, tenía a su favor el haber realizado la mayor parte de las infraestructuras previstas. Tokio acabó imponiéndose gracias a su solvencia organizativa y su músculo financiero, además de por el indiscutible peso internacional de Japón.
Sobre la solidez de sus cuentas, Tokio presentó una propuesta tan atractiva como previsiblemente estructurada en torno a un edificio espectacular proyectado por Zaha Hadid —autora del Centro Acuático de Londres para los Juegos de 2012—, que vuelve a recurrir a las formas blandas y blancas en su proyecto de reforma del viejo Estadio Nacional construido para los Juegos de 1964 y que, tras la ampliación, tendrá una capacidad para 80.000 espectadores.
Los anteriores Juegos celebrados en Tokio dejaron como herencia arquitectónica el extraordinario Gimnasio Nacional de Yoyogi, acaso la obra más importante de Kenzo Tange, autor también de la propuesta de una Villa Olímpica en el puerto que no llegó a realizarse, pero que tendrá en 2020 una segunda oportunidad.