En el imaginario local, la modernización de Azerbaiyán y su apertura a Occidente se asocian a tres hitos: en 1996, poco después de la independencia del país, se culminaba la torre de televisión de Bakú, un emblema de 310 metros de altura; en 2001 los azeríes dejaron de escribir en alfabeto cirílico para hacerlo con caracteres latinos; en 2011 Azerbaiyán ganaba Eurovisión, y un año más tarde el festival se celebraba con júbilo en la capital. A estos tres cabe añadir ahora un cuarto: la inauguración del Centro Heydar Aliyev, un edificio con un programa cultural tan ambicioso como indefinido, que ha sido proyectado por Zaha Hadid e inaugurado por el presidente Ilham Aliyev en honor de su padre, el autocrático dirigente que encauzó al país por la senda de la ‘modernización’.
Con esta obra, Hadid engruesa la lista de arquitectos occidentales que han trabajado en Bakú al calor de los petrodólares, la misma de la que forman parte Coop Himmelb(l)au y su ondulada Academia de Ajedrez, y HOK International y sus tres rascacielos facetados y perfectamente banales, pero que han redefinido el horizonte de la ciudad. En estos ejemplos, la exuberancia arquitectónica es la cifra de la exuberancia económica, y asimismo de un optimismo que tiene tanto de ingenuo como en ocasiones —lo prueban Astaná o Tiflis— también de kitsch.
No es el caso del Centro Heydar Aliyev, tal vez uno de los mejores edificios de su autora, pero que desde su inauguración el año pasado no ha dejado de ser polémico. Mientras que sus detractores vituperan su carácter autorreferencial, su banalidad icónica y su servidumbre ante un poder corrupto, sus defensores elogian su valentía formal y su manera de activar un entorno definido hasta ahora por unánimes y grises construcciones soviéticas. Todo ello es atribuible, en mayor o menor medida, a este Centro de algo más de 100.000 metros cuadrados, que desborda los límites de su solar con una sucesión de terrazas curvilíneas al dictado de la difícil topografía, para resolverse con un gesto de plegado, cálido y a un mismo tiempo enfático, que dibuja de una tacada haz y envés. Pero, por encima de la geometría, están los admirables acabados de una piel nívea construida impecablemente con paneles de hormigón y de plástico reforzados con fibra de vidrio (GRC y PRFV), que se fijan a una celosía de directriz sinuosa, y se aparejan con mimo en función de los variados requerimientos que deben atenderse. Por sorprendente que resulte, esta calidad de juntas, texturas y patrones evidencia que más allá del blanco, de las curvas y de los clichés estilísticos está la técnica. Zaha también construye.