Me apena profundamente la muerte de mi mejor y más cercano amigo, Richard Rogers. Desde que nos conocimos como estudiantes en la Universidad de Yale, hace casi sesenta años exactos, Richard ha sido un espíritu afín al mío.
Empezamos a trabajar juntos en los proyectos del curso en Yale, y aprovechábamos cada momento de vacaciones para viajar por los Estados Unidos descubriendo las obras de los maestros antiguos y modernos. Nuestro buen entendimiento en todo lo referido a la arquitectura dio paso a un lenguaje compartido donde cabían tanto la crítica como la admiración.
Tras un brevísimo paréntesis, retomamos nuestra singular combinación de amistad y colaboración en el Team 4, el estudio que abrimos con dos hermanas arquitectas hasta que emprendimos caminos profesionales separados en 1967. Desde entonces, fuimos cerrando un círculo que hizo que acabásemos más unidos que nunca. Si un homenaje tiene que ver con la vida y no con la despedida —porque el legado de Richard sigue vivo—, ¿cómo empezar entonces a describir la vida y la obra de mi querido amigo ausente? ¿Empiezo hablando de la persona y paso a su arquitectura, o al revés? Tanto da, porque una es una manifestación de la otra.
Richard era sociable, extrovertido y generoso. Tenía una vitalidad contagiosa. Sus edificios son por tanto un reflejo de esa personalidad abierta, amable y, como su fondo de armario, de elegante colorido.
La firma de Rogers se plasma en una arquitectura que hace patente y celebra el papel de la estructura. La tecnología está presente cuando pensamos en su obra, pero siempre como un medio para abordar cuestiones sociales. Dado su afán por alentar el espíritu de comunidad en cada edificio, no sorprende que a Richard le encantasen las ciudades y se comprometiese a defenderlas como urbanista.
Bien asesorando a alcaldes y gobiernos o escribiendo sobre el tema, Richard fue un incansable partidario de la ciudad compacta, sostenible y peatonal, en cuanto que acérrimo adversario de la expansión urbana sin sentido. Estas convicciones se forjaron en el lenguaje privado que compartimos en nuestra juventud, y ese mismo ‘fuego interno’ —una expresión que le encantaría— se mantuvo vivo hasta el final. En lo referido al amor, la vida de Richard como arquitecto es inseparable de su vida familiar, y cualquier homenaje a él lo es también a su esposa Ruthie y su cariñosa familia.
Richard Rogers fue un arquitecto pionero de nuestro tiempo, socialmente comprometido y promotor de la mejor vida urbana, su gran legado. Te extrañaré mucho.