Geometría de la inocencia
Cuatro arquitectos japoneses
La bomba de Hiroshima no solo trajo consigo el trauma y la radiación; tuvo también la consecuencia paradójica de que la cultura y la sociedad japonesas completaran el proceso de apertura a Occidente. Con la bomba llegaron los estadounidenses y con ellos los artefactos de una incipiente cultura pop, así como los motivos de la arquitectura de Le Corbusier y los CIAM, pronto asimilados en el primer edificio japonés que cabe considerar ‘moderno’ y no en vano es un homenaje al poder destructor y al mismo tiempo transformador de la bomba de uranio: el Memorial de Hiroshima de Kenzo Tange.
El monumento se nutría de la estética del béton brut y de los dogmas funcionalistas, pero no dejaba por ello de evocar la historia del país. Y esta cooperación genealógica se convirtió en seña de una arquitectura que a lo largo de los últimos setenta años no ha dejado de estar marcada por el diálogo entre la apertura cosmopolita y el apego a los invariantes de la tradición: el mismo que explica la expresividad solemne de Tange tanto como las locuras metabólicas de Kikutake, la poética material de Ando tanto como la experimentación nómada de Ito, y el despojamiento vibrante de SANAA tanto como los juegos geométricos de Ishigami y Fujimoto, tan próximos a los de la instalación artística.
El juego ha sido, precisamente, uno de los motivos de la arquitectura japonesa más reciente, que ha encontrado en la combinación de figuras esenciales, unas veces cartesianas y otras orgánicas, un campo de experimentación en los que se conjuga la atención al rigor de las reglas con la inocencia a la que se entregan los niños en cualquier juego. Si Wright (como después de él los arquitectos de las vanguardias históricas) reconocía en la lógica combinatoria de los juegos de construcciones de Fröbel una de las fuerzas latentes en sus procesos de diseño, hoy los arquitectos japoneses —influidos acaso por la espacialidad onírica que mana de las pantallas digitales— no buscan tanto la inspiración en el juego como convertir sus obras en juegos cuyas leyes es posible desentrañar.
Dar cuenta de esta lógica es el propósito de este dossier, que recoge cuatro obras de otros tantos arquitectos japoneses, dentro y fuera de Japón. Si el Museo de Arte Zaishui en Rizhao, de Junya Ishigami+Associates reinterpreta los empeños náuticos de la modernidad con un edificio de mil metros de longitud que se hunde en un lago artificial, el centro cultural en Ishinomaki, de Sou Fujimoto Architects, juega con el imaginario infantil de la ciudad hecha con casitas a dos aguas y chimeneas. Por su parte, el parque en la cima de la montaña de Yashima en Takamatsu, de SUO y Style-A, se entretiene con sus formas sinuosas que se enredan con el paisaje donde se inserta, en tanto que la Culvert Guesthouse en Miyota, de Nendo, se sirve de decenas de piezas tomadas de las grandes infraestructuras de saneamiento para interpretar los juegos de Fröbel en una clave enfáticamente minimalista.