Situada en el número 8 de Spruce Street —a unas pocas manzanas de la Zona Cero y muy cerca del Puente de Brooklyn —, la Torre Beekman, última obra de Frank Gehry, pugna por convertirse en uno de los nuevos iconos de Nueva York. Con una altura de 267 metros, el edificio —la torre residencial más alta de la ciudad— ha sido el resultado de una compleja operación inmobiliaria que, pese a las dificultades técnicas y económicas, ha conseguido mantener el presupuesto inicial y cumplir el plazo de ejecución previsto. Concebida como una escultura vertical y ciclópea que se perfila simbólicamente el caos de la ciudad, la torre alberga en su interior una compleja mezcla de usos organizados de manera estratificada, en el que las viviendas conviven con una escuela pública, un centro médico y dos plazas exteriores. La sensibilidad plástica de Gehry sirve en esta construcción para modelar un volumen cuyo entramado racional de hormigón armado se reviste de una piel exterior de paneles de acero inoxidable, dispuestos según una geometría variable y sinuosa que provoca sensaciones dinámicas en el espectador y que, en palabras del autor, pretende también remedar el movimiento, las curvas y las tensiones de la escultura barroca.