Estructura y forma en dos artefactos discretos

José María García del Monte 
30/06/2013


No es difícil recordar el primer impacto de la obra de Paulo Mendes da Rocha para un arquitecto educado en Europa. Creo que se podría resumir en una simple pregunta: pero... ¿cómo consigue construir eso?

De entrada, la sorpresa la provoca la escala estructural, tan lejana de la que nos acostumbraban a imaginar en las escuelas de arquitectura. Más tarde, somos conscientes de su radicalidad formal. La imagen es el resultado de un uso refinado y valiente de la construcción. Pero que la estructura no nos despiste: pronto vemos que tan emocionante es la relación con la gran escala de la ciudad como la solución de la mínima escala de un tirador o una ventana que se abre sola por el mero efecto de la gravedad. El pez ha picado el anzuelo.

La perspectiva cambia tras la lectura de los escritos de Mendes da Rocha. Su arquitectura cobra una nueva dimensión: puede ser leída en términos de narración de deseos colectivos, de creación de escenarios para la imprevisibilidad de la vida, de reflexión sobre el ser humano en la historia, de comunión entre arquitectura y ciudad o de cómo la arquitectura construye el hábitat en que el ser humano sitúa el escenario de sus sueños.

Y podremos abstraer un edificio suyo e imaginar, flotante, un transitar lógico que ordena el espacio, como si el edificio fuera el mecanismo que, de modo sencillo y dando un paso atrás, resuelve problemas con gentileza y discreción. Es, además, una arquitectura generosa con el usuario, con la ciudad. Como quien gentilmente ofrece la protección de un paraguas o una sombrilla, o el brazo donde apoyarse, esta arquitectura ofrece amparo, sombra, cobijo, amplitud, relajación, diafanidad, naturalidad. La arquitectura resulta la ocasión festiva para celebrar la alegría de hacer la vida más sencilla; tal es su fortaleza... [+]


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