Urbanizar la vida: una técnica comprometida

Guilherme Wisnik 
01/01/2013


La obra de Paulo Mendes da Rocha puede aquilatarse mediante tres edificios cuyos proyectos, separados por un intervalo de treinta años, resultaron vencedores en concursos públicos. Me refiero al Gimnasio del Club Atlético Paulistano (1958), en São Paulo; al Pabellón de Brasil en la Expo’70 en Osaka (1969), Japón; y al Museo Brasileño de Escultura (1986), también en São Paulo. Son obras clave en la comprensión de su carrera, que marcan momentos cruciales de intensificación en su reflexión poética y constructiva. El gimnasio es una obra liminar, sintética y precisa; el pabellón postula una libertad simbólica fuera de las limitaciones funcionalistas, construyendo una topografía artificial; y el museo es una obra de madurez, que alegoriza el programa con un monolito que sobrevuela el terreno de punta a punta, llevando la pedagogía estructural de la arquitectura paulista a una especie de punto de inflexión.

Antes de cumplir los treinta años, Mendes da Rocha ganó el concurso nacional de proyectos para el Gimnasio del Club Atlético Paulistano, siendo premiado tres años después en la Sexta Bienal de São Paulo, que destacó «el ingenio de la estructura» y la «belleza plástica» del edificio. De hecho, esa obra de juventud inaugura, en su radicalidad desconcertante, algunas de las características fundamentales de la arquitectura que se construiría en São Paulo en las décadas siguientes, tales como el enfoque estructural que define la espacialidad del edificio, y la conjunción de los programas bajo una cobertura única. El gimnasio está básicamente formado por seis grandes apoyos de hormigón armado dispuestos circularmente, que sostienen una marquesina en anillo, también de hormigón, y que anclan los cables de acero de los que cuelga la cubierta metálica central, completamente articulada. Admirablemente sintético, este proyecto incorpora algunas de las conquistas más importantes de la arquitectura carioca, como la levedad de los apoyos que reducen su sección al tocar el suelo, y la permeabilidad de la construcción en relación con el entorno. Este último rasgo manifiesta además un aspecto decisivo de la postura adoptada por Mendes da Rocha en esta obra, en la que en lugar de reproducir la imagen convencional del estadio como una caja cerrada, el arquitecto entierra la construcción, creando una explanada de acceso a modo de galería que se extiende hasta la calle: un espacio festivo con un carácter un tanto teatral, abierto a los estímulos siempre sorprendentes de la ciudad... [+]


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