El reino del desierto construye sobre la arena. Como algunos otros petroestados, Arabia Saudí diversifica su economía para preparar un futuro sin petróleo; como la mayoría de ellos, aborda esta transformación desde el dirigismo de un régimen autocrático; y a diferencia de casi todos —con la posible excepción de Rusia— acompaña la mudanza de modelo con una ambición geopolítica que ha sacudido el tablero de las influencias y los intereses. Desde el deporte al turismo, y desde la ciencia a la cultura, los proyectos visionarios del país se expresan a través de la ostentación de poder político y diplomático, y se materializan mediante un cúmulo de construcciones de escala superlativa financiadas con las rentas del petróleo: sea una ciudad lineal de extraordinaria longitud o un gigantesco rascacielos en forma de cubo, las aventuras inmobiliarias de la casa de Saúd, hoy dirigida por el polémico príncipe Mohamed bin Salmán, no ponen límites a la imaginación, y muestran la escala titánica del plan estratégico que, con el nombre Vision 2030, aspira a levantar en la arena una superpotencia física y simbólica.
Junto al golfo de Áqaba y próxima a Egipto y Jordania, la nueva zona económica Neom se extiende por el desierto desde la costa hasta las montañas. Enhebrada por una ecociudad sin calles ni coches denominada The Line, esta pieza esencial del plan estratégico lleva al extremo la propuesta pionera de Arturo Soria —realizada embrionariamente en la Ciudad Lineal madrileña, e inspiración de la Sotsgorod soviética de Nikolái Miliutin—, construyendo una urbe en forma de línea recta con transporte de alta velocidad que permitirá llegar en solo 20 minutos al punto más lejano de sus 170 kilómetros. Y junto a este proyecto extraordinario que ya ha visto iniciar sus obras, se promueven un gran conjunto de museos en Riad que estimulará visitas diferentes a las que llegan masivamente a La Meca y Medina; un insólito rascacielos cúbico de 400 metros de lado, el Mukaab, orientado al ocio y situado también en la capital del país; o las innumerables construcciones vinculadas a la organización de los Juegos Asiáticos de Invierno en 2029 y a las candidaturas para la Expo 2030 y el mundial de fútbol de ese año.
El propósito anunciado de convertir la liga saudí en una de las diez mejores del mundo, que está tras el fichaje de estrellas como Cristiano o Benzema, la creación de su circuito golfista —LIV Golf, hoy unificado con los PGA y European Tours— o el lanzamiento de un premio de Fórmula 1 en Yeda, son iniciativas deportivas que persiguen mejorar la imagen del país, lo mismo que la autorización de conducir a las mujeres o una moderada liberalización social en la línea de los Emiratos o Catar. Arabia Saudí, que es el mayor exportador y el segundo productor de crudo, tiene también el quinto presupuesto militar del planeta, pero ahora Bin Salmán —dañado por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi— procura ejercer el poder blando de la imagen y la diplomacia, alejándose de EEUU y reforzando sus vínculos con una China que acogió la reconciliación con su rival regional Irán, llegando a acuerdos con Rusia y aproximándose a Brasil, a India y a Sudáfrica, las restantes potencias emergentes de los BRICS. El reino de Saúd construye con petróleo sobre arena, y ojalá sean sólidos los cimientos de su tránsito.