Especie en extinción, frágil koala que sigue existiendo pese a que los ecosistemas donde solía vivir ya han desaparecido, la crítica de arquitectura se viene enfrentando desde hace tiempo a la decisión de cómo morirse. Parte de ella nos dejará con discreción para legar su espíritu a formatos distintos, otra lo hará con jeremiadas, y la mejor preferirá extinguirse con nobleza y por medio de ese ‘funeral de la memoria’ que John Ruskin pidiera para la arquitectura de verdad, esa arquitectura que antes había llamado ‘viva’.
Aunque parezca prematuro y algo macabro, cabe pensar que los textos que desde 2019 viene publicando el mejor crítico contemporáneo de arquitectura, Luis Fernández-Galiano, primero en sus dos parejas de extensos volúmenes —Años alejandrinos y Las grandes esperanzas— y después en los treinta y seis libritos organizados en cuatro series que acaban de concluirse, tiene algo de magnífico y elegante funeral de cierta tradición crítica.
Magnífico por su despliegue de temas y tiempos de la arquitectura que con tanta precisión ha sabido radiografiar el autor, hasta el punto de que, contemplando la colección, resulte imposible no ver en ella un verdadero monumento intelectual que está destinado a perdurar como retrato de una época. Y elegante porque este monumento, sin dejar de ser el resultado de intereses tozudamente personales —de una manera de contemplar el mundo y la arquitectura—, toma la forma en apariencia aséptica de un caleidoscópico examen de temas y problemas dispuesto por afinidad conceptual. Esta impresión de objetividad solo dura, sin embargo, lo que se tarda en constatar que el conjunto de fragmentos, como en el célebre cuento de Borges, no dibuja otra cosa que el rostro de su autor.
Entre los treinta y seis pequeños libros que Fernández-Galiano ha agavillado con tino escarbando en su acervo como editor de Arquitectura Viva, crítico de El País y conferenciante, hemos querido destacar aquí el que, bajo el título Pensamiento visual. Críticas y crónicas, recoge una colección de textos de diversa procedencia, cuyo hilo conductor serían los mecanismos de mediación y lo que, con su siempre precisa terminología, el autor denomina ‘economía simbólica’, es decir, las maneras en que se da la comunicación y difusión de la arquitectura. Este hilo cose cuatro secciones dedicadas, respectivamente, a recoger primero un canon de libros, revistas, exposiciones, películas y fotógrafos de arquitectura de los últimos cincuenta años; a explorar después la edición de arquitectura en sus versiones iconoclasta y visual (albertiana y palladiana); a examinar, más tarde, los hitos de la reflexión de la disciplina; y a ilustrar, a la postre, el ejercicio de la crítica mediante artículos variados que abarcan nada menos que cincuenta años de la arquitectura dentro y fuera de España.
En este compendio, que inevitablemente —y por utilizar de nuevo la referencia a Borges, tan querido por Fernández-Galiano— tiene algo de caótica y al mismo tiempo lógica enciclopedia china, hay un tema que dota de coherencia al conjunto y da nombre al libro, el ‘pensamiento visual’, concepto con el que se ha titulado también este número de Arquitectura Viva, pues no en vano forma parte de las categorías esenciales que ha manejado el autor desde principios de su carrera.
Fernández-Galiano, como Le Corbusier antes que él, cree que los arquitectos no lo son sino en cuanto voyeurs que se manejan con imágenes mejor que con palabras y piensan que el destino de sus edificios es perdurar visualmente. Con tener fundamento, esta insistencia icónica puede parecer impostada en un autor que sabe utilizar las palabras como pocos y ha construido su imaginario verbal de gran ensayista leyendo con pasión a los poetas de varias lenguas. Pero la sensación desaparece cuando se constata que las más peculiares características de su escritura —la orteguiana claridad, la precisión del detalle, el conceptismo metafórico, la búsqueda de órdenes pitagóricos— no son sino ecos de un pensamiento visual más profundo que las palabras: un pensamiento que delimita las formas, establece asociaciones y crea armonías con imágenes, imágenes e imágenes. Kant habló de la ‘mano que piensa’; el ojo de Luis Fernández-Galiano no es solo un ojo que ve: es un ojo que escribe.