Opinión 

El mosaico y el tapiz

Opinión 

El mosaico y el tapiz

Luis Fernández-Galiano 
01/03/2023


Matthias Sauerbruch y Louisa Hutton son arquitectos de lo horizontal y de lo vertical. En el plano del suelo, interpretan la forma de la ciudad como un mosaico de piezas e intenciones, donde cada edificio se inserta en la malla urbana como la tesela que completa un motivo; y en las superficies de las fachadas, diseñan su diálogo con el entorno a través de un tapiz de materiales y colores, en el que cada hebra del tejido resuena con la memoria del lugar. La musivaria clásica ejecuta los mosaicos como alfombras pétreas, y los talleres tradicionales tejen los tapices como lienzos suspendidos, y esa condición permite asociar sus objetos con el desarrollo horizontal o vertical de la arquitectura, por más que la práctica contemporánea también realice mosaicos verticales o describa la ciudad horizontal como un tapiz urbano. Al cabo, estas metáforas materiales solo sirven para subrayar la dimensión política de una obra que se propone reconstruir la ciudad europea con procesos respetuosos del medio ambiente, sin que esa voluntad ética excluya la expresión artística.

En sus edificios el color ha tenido un protagonismo tan destacado que sería tentador situarlos prioritariamente en la filiación ornamental de las fachadas textiles teorizadas por Gottfried Semper y en la imaginación gráfica posmoderna de sus años de formación, pero los arquitectos han sugerido que su trabajo podría ser enmarcado en el contexto pragmático y ecológico de una ‘modernidad débil’, y es aquí donde mejor puede entenderse su empeño por reconciliar la utilitas de la inteligencia urbana y la adecuación funcional con la firmitas de la innovación constructiva y la atención al reciclaje, y ambos con una venustas que suministra placer a través de la belleza. Horizontales en su oído atento al rumor de la ciudad, y verticales en su mirada inquisitiva a las huellas visuales del entorno construido, Sauerbruch y Hutton son sobre todo espíritus estratégicos que aspiran el aire del tiempo que viene, detectan las azarosas variaciones del gusto y levantan con tacto seguro las obras que mejor manifiestan ese cambio de paradigma que ha supuesto el ‘giro climático’.

La violenta belleza de sus obras o la característica policromía de sus fachadas no deberían desplazar a un segundo plano la agudeza crítica con que interpretan el mundo en el que les ha tocado vivir, sacudido sucesivamente por colosales sismos económicos, sanitarios y geopolíticos, y todo ello en el marco del cambio climático, la digitalización de la economía y la robotización de la producción. Aceptando estos vendavales de la historia, pero sin renunciar a la resistencia reflexiva frente a las disfunciones materiales y sociales de un progreso tecnológico tan vertiginoso como ciego, los arquitectos saben reunir la construcción industrializada con la manufactura artesanal, el proyecto modular con el envejecimiento material, y la innovación inventiva con la lógica intemporal. Sus edificios son amables porque se insertan con inteligencia y respeto en la ciudad, y son sensuales porque apelan al disfrute a través de los sentidos: teselas del mosaico urbano, urdimbre y trama del tapiz de la vida, estas obras amables merecen ser amadas, estas obras sensuales merecen ser sentidas.


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