Opinión 

El diseño como experiencia

Luis Fernández-Galiano 
31/03/2020


Just what is it that makes Heatherwick’s works so different, so appealing? Tomo prestado el título del mítico collage de Richard Hamilton para sugerir algunas respuestas. Su obra es tan diferente y atractiva porque entiende la arquitectura como experiencia, porque está basada en el conocimiento material y porque posee siempre una dimensión poética. El primer término remite inevitablemente a la estética pragmática y holística de John Dewey, que en su El arte como experiencia desdibujaba los límites entre alta y baja cultura para, de forma radicalmente democrática, definir lo artístico como aquello que intensifica la vida. Presente en todos sus trabajos, ese funcionalismo vital se ilustra bien con el Zeitz MOCAA, donde la geometría industrial de un silo se modifica al insertar en su seno un grano que crece hasta crear un espacio interior de resonancias orgánicas, subrayando el vínculo entre el arte que se expone y la vida que fluye alrededor.

La inteligencia material es sin duda otro de los rasgos que caracteriza el trabajo de Heatherwick, basado siempre en la experiencia del taller y en la atención a los procesos de fabricación, porque es en ellos donde se comprueba la viabilidad práctica de las propuestas, donde se ensaya el resultado estético de la manufactura, y donde las pruebas artesanales sirven como laboratorio de innovación técnica y funcional. Su obra completa se ha difundido bajo el título Making, que es casi un manifiesto, y los proyectos sucesivos refinan los hallazgos materiales y formales, como puede verse en el fascinante pabellón británico en Shanghái, una ‘Catedral de las Semillas’ cuyo concepto se había ensayado antes en la escultura permanente de Barnards Farm, y antes aún en el pabellón efímero de Belsay, pero que en la Exposición Universal se materializó como un objeto memorable capaz de amalgamar la belleza visual, la singularidad icónica y la significación ecológica.

Por último, pero no en último lugar, la obra coral y diversa de Heatherwick está animada, en cualquiera de sus múltiples escalas, por un aliento poético que otorga vida propia a sus ráfagas imaginativas y a sus deslumbramientos inventivos. El ingenio y la emoción de sus proyectos alcanzan en ocasiones la lírica desmesura de la neoyorquina Vessel, donde la reinterpretación aérea y liviana de las escaleras pétreas y profundas de los estanques indios consigue reconciliar lo sublime con lo cotidiano, acaso suministrando un ejemplo del arte de vivir que defendía Richard Rorty cuando preconizaba una ética estética en Contingencia, ironía y solidaridad, tres términos que no son ajenos a un trabajo cuya poesía material se sabe contingente, cuya disciplina expresiva no excluye la ironía, y cuya racionalidad vital está motivada por la solidaridad. Y quizá por las tres razones enumeradas arriba este conjunto de proyectos nos parece ‘tan diferente, tan atractivo’. 


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