
Decorados de la exposición ‘El metro, las afueras, el parking y el cine’
La manera habitual de sentir la presencia de la ciudad en el cine no merece un extenso comentario: el espectador se sienta en su butaca, las luces se apagan y allí, frente a él, en la mágica pantalla, luces y sombras se proyectan. El ojo humano (la conciencia) vuela sobre los tejados, desciende a las alcantarillas, penetra en la intimidad de los apartamentos, se deslumbra en los salones mundanos o se impregna con la miseria de los suburbios. Pero el cuerpo no se mueve del asiento. Así es como el cine ha participado a su manera en la gran esquizofrenia colectiva del mundo moderno: la mirada y la mente pueden estar en cualquier sitio, pero con la certidumbre de la comodidad, la inmovilidad y la seguridad física para el que ha pagado su entrada. El éxito del cine como espectáculo, nunca superado por otras formas artísticas a lo largo de la historia, debe mucho, seguramente, a esta «duplicidad»...