Opinión 

'Movie-made' Los Ángeles

Opinión 

'Movie-made' Los Ángeles

Juan Antonio Ramírez 
01/01/1991


John Lautner, residencia Goldstein, Beverly Hills

Los Ángeles, desde el avión, parece un oasis artificial expulsado del desierto. No es una ciudad en sentido estricto, y tampoco lo que nosotros llamaríamos una provincia. Dada su inmensa extensión, no es raro que cada vecino se identifique con una pequeña porción o ‘comunidad’ a la que cree pertenecer: Pasadena, Glendale, Watts, Santa Mónica, etcétera. Una infinidad de chalecitos y palmeras confirman la impresión de que esta es una de las metrópolis menos densas del mundo, pero en su loop —escalofriante—, se encuentran los rascacielos más altos y terroríficamente hermosos de toda la costa oeste norteamericana. Se menciona siempre la llanura y la longitud desmesurada de sus calles rectilíneas, pero también se habla de las casas colgadas en las laderas de las montañas. Algunos ven aquí los mayores delirios del eclecticismo, mientras otros clavan su mirada en los ejemplos culminantes del Movimiento Moderno norteamericano (Wright, Schindler, Neutra, etcétera). Disneylandia y la casa Lovell, el Queen Mary varado en el puerto de San Pedro y la deconstrucción según Frank Gehry. Infierno o paraíso, ¿qué es Los Ángeles?

Esta zona del mundo tiene un nombre que nos habla de su primera [ejvocación celestial, y casi toda la nomenclatura de los antiguos ranchos y misiones recuerda las ansias 'espirituales' de los frailes-colonizadores. Luego vinieron los anglohablantes del este, buscando un país romántico con intensa luz mediterránea y huertos de ubérrimas cosechas. Esta tierra prometida tendría naranjos de Valencia, viñedos, olivos andaluces, palmeras datileras y un sinfín de exóticas plantas tropicales. La fantasía de prosperidad y eterna juventud tuvo dos impulsores inesperados: el petróleo —que afloraba casi espontáneamente en los jardines de algunas casas— y el cine. Así es como Los Ángeles, desde principios de este siglo, iba a dar gasolina para el automóvil y alimento mítico para todas las almas. Con los años (el nombre del lugar obliga), se desarrolló la industria aeronáutica. Las antiguas alas de la imaginación ya lo eran también de verdad. El santo patrón pasaba a ser Howard Hughes, con su propia catedral en la inmensa cúpula de aluminio donde se guarda (y se adora) ese milagro industrial que es el Spruce Goose, el avión con estructura de madera ≪más grande del mundo≫.

Los Ángeles, más que por la velocidad, ha estado marcada por la movilidad. Nada es sólido y duradero. A imitación de la imagen 'impermanente' de la pantalla cinematográfica, sabemos que todo cambiara de un momento a otro. No hay centro y periferia, sino, a lo sumo, 'aeropuertos' mnemotécnicos donde podría aterrizar por un tiempo nuestra sensibilidad urbana. Tal vez se altere el espacio físico (calles y edificios), pero eso no viene mucho al caso: lo que cuenta, estando aquí, es la inestabilidad de nuestra conciencia. Esta ciudad es como un gigantesco universo proyectivo, una materialización ocasional (y casual) de nuestros anhelos y de nuestros temores. Movie-made Los Ángeles. Dulce sueño y pesadilla. Todo lo que digamos puede ser verdad.


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