Hay tres (y sólo tres) filósofos clave en la historia de la metafísica occidental: Platón, Descartes y Hegel. Cada uno de ellos representó una ruptura con el pasado: nada volvió a ser lo mismo tras su entrada en escena. Platón rompió con la cosmología presocrática e introdujo el idealismo metafísico; Descartes rompió con la visión medieval de la realidad e introdujo dos ingredientes básicos de la modernidad filosófica: la noción de infinito y de realidad material mecánica, y el principio de subjetividad (“Pienso, luego existo”); y Hegel rompió con la metafísica tradicional —idealista o materialista— para introducir la época de la historicidad radical en la que todas las estructuras sociales y los principios se conciben como resultados de un proceso histórico contingente.
Cada uno de los tres pensadores proyectó una larga sombra sobre los que les siguieron. Michel Foucault dijo una vez que toda la historia de la filosofía occidental se podría definir como la historia de los repudios a Platón: incluso hoy, los marxistas y los liberales anticomunistas, los existencialistas y los analíticos, los heideggerianos y los vitalistas comparten todos su antiplatonismo. Y lo mismo vale para Descartes, al que condenan los ecologistas, las feministas, los psicólogos cognitivos, los heideggerianos (de nuevo), los pragmatistas… Hegel es la última bestia negra de los dos últimos siglos, criticado por igual por los marxistas, los liberales, los moralistas religiosos, los deconstructivistas y los empiristas anglosajones (entre otros).
El excepcional estatus de Platón, Descartes y Hegel, ¿no proporciona la prueba definitiva de que, en cada uno de estos casos, estamos tratando con un Acontecimiento filosófico, en el sentido de una intrusión traumática de algo Nuevo que sigue siendo inaceptable para el punto de vista predominante? En un Acontecimiento, no sólo cambian las cosas: lo que cambia es en sí mismo el baremo con el que medimos los hechos que producen el cambio, es decir, el punto de inflexión que cambia todo el campo en el que se producen esos hechos. Esto es algo crucial hoy en día, cuando las cosas cambian todo el tiempo a una velocidad frenética. Sin embargo, bajo todo este cambio constante, no es difícil distinguir una homogeneidad más bien aburrida, como si las cosas cambiasen para que todo siguiese igual (como dice un viejo proverbio: ‘Plus ça change, plus c’est la même chose’). En el capitalismo, donde las cosas tienen que cambiar todo el tiempo para seguir siendo lo mismo, el verdadero Acontecimiento consistiría en transformar el propio principio de cambio. Tal noción de cambio que no se reduce a un simple cambio, ha sido desarrollada recientemente por Alan Badiou: una contingencia que se convierte en necesidad, es decir, que da lugar a un principio universal que exige fidelidad y trabajo duro para construir el nuevo Orden. Un encuentro erótico es un Acontecimiento de amor cuando cambia la vida entera de los amantes para organizarlos en torno a la construcción de la vida compartida de una pareja; en la política, un trastorno contingente (una revuelta) es un Acontecimiento cuando da lugar a un compromiso de la colectividad con un proyecto emancipatorio universal, y mediante este pone en marcha el trabajo paciente de reestructurar la sociedad.
¿Podemos seguir imaginando tal Acontecimiento hoy, cuando con la llegada del nuevo milenio la Izquierda ha entrado en un periodo de profunda crisis? En los años de prosperidad capitalista, a la Izquierda le resultó fácil jugar a ser Casandra, advirtiendo de que la prosperidad se basaba en ilusiones, y profetizando catástrofes. Ahora la crisis económica y la desintegración social que esperaba la Izquierda ya están aquí, y hay propuestas y revueltas en todo el mundo. Pero también hay una ausencia indiscutible: la de que cualquier respuesta izquierdista coherente a estos acontecimientos, la de cualquier proyecto para transformar las islas de resistencia caótica en un auténtico programa de cambio social.