El arquitecto extremeño, fallecido el 21 de diciembre, incorporó a un buen número de profesionales en la conservación de monumentos, buscando establecer el sutil diálogo entre la arquitectura contemporánea y la antigua.
Escribo estas tristes y dolorosas líneas pensando que voy siendo uno de los pocos que puede dar testimonio de lo que fue el arquitecto Dionisio Hernández Gil, a quien conocí en el otoño de 1954 en la Facultad de Ciencias Exactas: en la clase de Geometría de Don Pedro Pineda se le ponía como ejemplo de que era posible pasar el duro examen de Dibujo en la Escuela de Arquitectura sin eternizarse. Desde entonces, Dionisio Hernández Gil ha estado presente en mi vida.
Nacido en 1934, en Cáceres, el octavo entre nueve hermanos, en el seno de una familia de juristas, de la que el más destacado fue Antonio Hernández Gil, Catedrático de Derecho Civil y primer Presidente de la Cortes Democráticas, Dionisio fue el primero que se atrevió a romper con la tradición familiar. Inteligente y buen compañero, su presencia pronto se hizo notar cuando ingresó en la Escuela, al convertirse, dada su condición atlética y fortaleza, en toda una leyenda del entonces popular Equipo de Rugby de Arquitectura...
El País: Dionisio Hernández Gil y la arquitectura como servicio público